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Botín de estrellas

22 de febrero de 2020
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Di un paseo por los portales de críticos animado por la noticia de que el penúltimo capítulo de Bojack Horseman, ese que narra una especie de más allá donde una oscuridad viscosa se traga a los espectros, había logrado la puntuación perfecta en IMDB. Los usuarios fueron los que votaron en este caso, 5.837 para ser exactos. Más del 90 por ciento calificó con un 10 redondo ese episodio. Pensé en el capítulo: parece la recreación de la muerte, pero no se atreve a tanto, no se atreve a decir que existe algo después de esto, la vida. Sí lo sugiere y deja una puerta abierta porque existen los sueños y puede ser que en ese último momento, antes de ser tragados por la nada, tengamos la oportunidad de soñar por última vez y luego el polvo, porque si no hay regreso tampoco se podrá narrar a alguien ese sueño y entonces ¿habrá existido?

Pensando en esto recordé que hace un tiempo me había sorprendido que la serie mejor calificada por los críticos del portal Metacritic era Rectify. Con un 99 sobre 100 se encumbraba como la mejor de todos los tiempos. Quise comprobar si este drama mantenía su trono o había sido desplazada por otra producción. Sus cuatro temporadas, 30 episodios, siguen siendo insuperables para los que califican y ponen estrellas o caritas felices o puntos numéricos, fríos, que tal vez no son suficientes para hacerle justicia, por ejemplo, a una trama tan tremendamente triste como la de Rectify.

Dediqué unos segundos para recordar el destino de Daniel Holden: acusado del asesinato de su novia, condenado a la pena capital, recluido veinte años en el corredor de la muerte, perdonado con reparos porque las pruebas de adn que demostraban su inocencia no eran suficientes para las mentes abstrusas de un pueblo de blancos conservadores, temerosos e hipócritas. Holden parece alguien que visitó el otro lado de la vida, cruzó una frontera, y volvió para batallar contra el desconcierto y aprender de nuevo el modo de amar. Mientras estuvo encerrado tuvo un amigo del que solo conoció la voz antes de que le dieran la inyección letal. Soportó el peso de los días meditando, cruzando a ese otro lado del que volvió más sabio, leyendo. En la serie, una tácita oscuridad acechaba todo el tiempo sobre el personaje, quería tragárselo, llevarlo a la nada, volverlo polvo. Holden resistía, con el dolor de quien intenta mantenerse a flote en una piscina de lava, pero resistía.

Hay un episodio de una serie al que yo le daría una puntuación perfecta, le entregaría un botín de estrellas. Uno de los últimos capítulos de The Leftovers, en el que Kevin se encuentra de nuevo con Nora, después de años, eras, de no saber de ella. Si no recuerdan la serie es esa en la que desaparece súbitamente el uno por ciento de la población mundial. Sin ninguna explicación, sin dejar rastro, millones de personas se esfuman y los que quedan deben aprender a soportar lo insoportable, la ausencia que no se puede explicar. Nora vivió lo más brutal: el azar eligió a toda su familia, esposo, niños. Estaban desayunando y de pronto nada, nadie, se desvanecieron como un sueño. En ese episodio que menciono, Kevin, que aprendió a amar de nuevo gracias a Nora, la encuentra después de que ella se va de su vida. Están viejos. Se miran con la tristeza de los mártires. Por qué te fuiste, dónde estabas... y Nora le cuenta: encontró la manera de cruzar al otro lado, a ese lugar al que se habían ido los desaparecidos. Todo parecía cubierto de ruina, las ciudades, los campos. Recorrió ese mundo baldío y encontró a los suyos, pero encontró la verdad desgarradora de su propia ausencia. En ese lado ruinoso de la vida al que viajó para recuperar lo perdido, era ella la que había desaparecido y fue olvidada, reemplazada, ni siquiera había ausencia que llenar. Regresó convertida en un juguete roto. No he visto nada más triste, nada más bello.

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