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A su manera: Better man, de Michael Gracey

10 de marzo de 2025
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  • A su manera: Better man, de Michael Gracey
  • A su manera: Better man, de Michael Gracey

El éxito o el fracaso de las películas biográficas sobre músicos depende en buena parte de que los guionistas y los directores alcancen ese difícil equilibrio entre lograr que la música –que finalmente es lo que los ha vuelto relevantes para millones de personas– haga parte “orgánica” de la narración y que la presentación de la vida del músico sea algo más que una sucesión de fechas, conciertos y confirmaciones de chismes. Better man no solo consigue este equilibrio, sino que además nos regala una puesta en escena visualmente espléndida que contrasta con la honestidad brutal con la que presenta varios momentos de la vida de Robbie Williams, uno de los integrantes originales del famoso grupo de pop británico Take that, convertido luego en un solista escuchado en el mundo entero.

Es inevitable pensar al ver Better man en cuánta falta le hizo a Un completo desconocido, la biopic sobre Bob Dylan que todavía está en cartelera, algo del desparpajo y de la autocrítica que sobran acá. Mientras que en la cinta que protagoniza Timothée Chalamet caminan de puntillas sobre los hechos más problemáticos del período que nos relatan y apenas se tocan las turbulencias de su carácter o sus adicciones, demasiado preocupados en no dañar el mito que el mismo Dylan ha construido, en Better man la narración en off del propio Robbie Williams, llena de gracia y de humor negro, añade un elemento de desnudez emocional que convierte a la película en una especie de sesión de terapia a la vista de todos, con lo que eso implica en hacer públicos muchos arrepentimientos y también varios ajustes de cuentas.

Tal vez por esa misma idea de contar la propia visión de su vida de un tipo que siempre se ha visto a sí mismo como un animal del entretenimiento (porque la adicción más fuerte de Williams no es el alcohol o las drogas sino el reconocimiento) es que parece casi “natural” la propuesta estética que le da su carácter único a esta película: Robbie es, literalmente, un mono de feria. Gracias al trabajo magnífico de Weta (la misma empresa de efectos visuales que recreó a las criaturas y las construcciones de la Tierra Media en El señor de los anillos) veremos a un pequeño simio que imita junto a su padre a Frank Sinatra para convertirse luego en un chimpancé sinvergüenza que se ganará el puesto de “chico rebelde” en un grupo para adolescentes y que ocultará bajo gestos bravucones su sensibilidad y sus dudas.

La película alcanza sus momentos más intensos y bellos en las escenas musicales, donde se siente la mano del director Michael Gracey y sobre todo de su coreógrafo, Ashley Wallen, que le saca partido al hecho de tener a un simio digital que puede saltar y brincar más que un ser humano y que, por lo tanto, lleva los bailes al terreno de lo humanamente imposible sin que nos parezca raro. Tal vez le quite verosimilitud a las secuencias dramáticas, pero para eso está esa voz en off de Williams recordándonos que todo lo ha hecho para que el espectáculo, el espectáculo que es su vida, siga brillando. A fe que lo consigue.

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