El fracaso de Colombia en la OEA demuestra que el régimen chavista mantiene una influencia notable en América Latina y que la política exterior de Colombia está construida sobre unos principios que, a la postre, se han demostrado fantasías.
La decisión de la OEA ha quebrado la estrategia exterior impulsada por la Cancillería colombiana durante los pasados años. La diplomacia bogotana pensó que era posible un entendimiento estable con un régimen autoritario que apostaba por el colectivismo económico. Los hechos de estas semanas solo han servido para recordar que la ideología tiene un peso indiscutible en las relaciones internacionales.
También ha caído hecha añicos la creencia de que las organizaciones regionales eran foros de concertación de donde la diplomacia colombiana nunca saldría magullada. La capacidad de compra chavista ha paralizado a una OEA donde EE.UU. renunció a su imprescindible liderazgo y ha convertido Unasur en una maquinaria de justificar lo injustificable. El descalabro también ha puesto de relieve que la visión tan enraizada en la Cancillería colombiana de las relaciones exteriores como un ejercicio de persuasión amable no sirve en un mundo donde los conflictos de intereses se siguen decidiendo a través de un ejercicio descarnado de influencia política, poder económico y presión militar.