Este cambio en la cúpula de las Fuerzas Armadas, conjuntamente con la ratificación en la Policía y en la comandancia de las Fuerzas Militares, está muy enganchado con lo que está sucediendo en La Habana. Esto porque las tres personas que llegan al mando de las tres fuerzas tienen un perfil entre lo académico y lo tropero, como lo denomina la prensa. El general Mejía, por ejemplo, además de pertenecer a una familia con amplia tradición militar, ha hecho todos los cursos posibles de combate aquí y en el exterior, también tiene experiencia académica. Se ajusta al objetivo del Gobierno de llegar a un acuerdo con las Farc, para preparar un posconflicto y ajustar el esquema de las Fuerzas Armadas a esa nueva fase. O, en caso de romperse el proceso, para liderar una contraofensiva militar con liderazgo técnico, como se requiere.
Al saliente comandante del Ejército, el general Lasprilla, le tocó tal vez de forma inevitable hacer declaraciones que no fueron del agrado del Gobierno ni de los altos mandos.
En la Policía el general Palomino sigue una inveterada tradición encaminada a generar simpatía a través de los medios. Ha lidiado con situaciones muy difíciles, en las que ha salido avante, y cuenta con la confianza del Gobierno.