Los más prestigiosos urbanistas sostienen que es indispensable lograr una mayor densificación, inclusión social, movilidad sostenible e interconectividad física y virtual, para evitar los problemas medioambientales derivados de una cultura centrada en el automóvil y la expansión territorial. Esta visión podría sintetizarse en la denominada “ciudad de los 15 minutos”, donde todos los vecinos pueden acceder a servicios urbanos esenciales en esa fracción de tiempo, ya sea caminando o en bicicleta. En otras palabras, se pretende construir ciudades más compactas, inclusivas e interconectadas.
Sin embargo, la covid-19 está reconfigurando estas concepciones. No solo ha puesto en tela de juicio las ideas sobre las ciudades densas, sino también el actual modus vivendi y operandi de las edificaciones en las que residimos y trabajamos. Debido a que las semanas de confinamiento se han convertido en meses de aislamiento, la concepción de la ciudad compacta está bajo escrutinio. Ante esta situación, no se trata solo de realizar esfuerzos de aglomeración, o de incluir más a la naturaleza en esa aglomeración, sino también de comprender los “factores determinantes” que pueden generar ambientes urbanos saludables.
Debemos repensar y recrear nuestras ciudades para prevenirlas o mitigarlas, en donde el bienestar y la salud pública sean el epicentro de las decisiones de planificación y desarrollo urbano