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El país va formando una costra en su piel para aguantar tanto palo contra la probidad e idoneidad que se van perdiendo desde la cúpula del Estado colombiano.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
No podía arrancar una nueva semana sin su consabido escándalo. El país va formando una costra en su piel para aguantar tanto palo contra la probidad e idoneidad que se van perdiendo desde la cúpula del Estado colombiano. Confía el columnista poder tratar otros asuntos refrescantes, pero el cúmulo de errores presidenciales y su escandaloso entorno, lo obligan a recaer en el monotema.
La oposición que se hace desde la prensa es pequeña comparada con la que brota desde el mismo escenario del alto poder público. Bolsas de dinero entregadas al candidato ganador sin saber su origen y su cantidad. Luego abrió la temporada del cuatrienio el señor Benedetti denunciando 15 mil millones de pesos sobre los cuales aún no se han encontrado ni sus aportantes, aun cuando se sospecha del beneficiario real del regalo. Más tarde el repudiado Nicolás, hijo del ejecutivo, confesó que recibió dineros extraños a la ética para perforar la campaña del padre agresivo. Luego el hermano mayor del Jefe de Estado, llamo “pirañas” a los petristas por su voracidad para apoderarse del presupuesto nacional. Y ahora la desestabilización del régimen corre por cuenta de un general de la República al acusar a la primera dama de la Nación de presionarlo por interpuesta persona para adquirir unos helicópteros de cuestionada calidad técnica. No podía quedarse agazapado el Nobel de Odebrecht, Juan Manuel Santos, quien habría pedido al general Díaz Torres –según su testimonio– la mayor atención a unos delegados de la compañía interesada en contratar la compra y mantenimiento de aviones con el Ministerio de Defensa. Gira y gira la rueda de la fortuna.
Esta materia prima para ejercer la oposición no viene solo del periodismo que ejerce su papel fiscalizador sobre el uso de los bienes de la nación, sino que brota de los exabruptos acunados en el alto gobierno. Lo asfixian sus propios camaradas, atizando el fuego amigo. Ellos alimentan la polémica con datos, informaciones, comportamientos aberrantes para avivar las denuncias que finalmente se quedaran en escándalo para complementar la ya gruesa enciclopedia de la impunidad en Colombia. Quienes rodean al presidente encienden los torpedos que dinamitan su gobernabilidad. No hay que buscar el ahogado aguas arriba. Está en la puerta de la Casa de Nariño.
Las damas ministeriales recogen astillas para avivar la candela. La ministra del Trabajo desafía no solo el mandato constitucional que la obliga a consensuar en la Comisión de Concertación Laboral la reforma, sino la paz social al anunciar
el derecho a la huelga en los servicios públicos. La de Agricultura asusta a los propietarios de tierras para entregar predios a través de rápidas expropiaciones. Convoca a movilizaciones campesinas para presionar la reforma agraria, reforma que el país ha aplazado irresponsablemente por tanto tiempo y que de haberla instrumentado y consagrado desde que Alberto Lleras la planteó, otra sería Colombia, acaso menos violenta.
Con nuevos escándalos arrancó la semana. El presidente Petro regresó de Chile y seguramente, en memoria de los 50 años de la muerte de Salvador Allende, traerá nuevas municiones de socialismo criollo para seguir disparando propuestas populistas.