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Volver a ese instante

Pienso en mis instantes previos, en mis logros y mis conquistas, pero también en lo cotidiano y me doy cuenta de que, la mayoría del tiempo, nos matamos luchando por las cosas grandes cuando son las pequeñas las que le dan sentido a la vida.

hace 18 horas
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  • Volver a ese instante

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Cuando Aquiles nació, su madre lo sujetó del talón y lo sumergió en el río Estigia con la idea de volverlo inmortal, pero como el talón no entró en contacto con el agua, quedó siendo la parte más vulnerable de su cuerpo. Quisiera decir que comparto con Aquiles su heroísmo, su valentía, puede incluso que sus ansias de eternidad, pero no soy más que un humano mortal, cobarde y aterrado que lo único que comparte con el héroe de Troya es tener vulnerable la misma parte del cuerpo.

Llevo años sufriendo por mi talón izquierdo lo cual me obligó hace poco a hacerme un procedimiento que terminó complicándose y, como la serpiente siempre muerde dos veces, también se complicó la complicación y heme aquí en pata sola y un absurdo aparato conectado al talón quién sabe hasta cuándo, preguntándome en qué momento la vida me cambió tanto. A qué horas dejé a un lado mis deseos más ambiciosos para pasar a desear algo tan sencillo como volver a caminar.

Con tanta convalecencia a cuestas he tenido tiempo de sobra para pensar en muchas cosas. Una de ellas es que, cuando estamos bien, casi nunca nos detenemos a agradecer, a asombrarnos de las capacidades del cuerpo humano, como si las diéramos por sentado, como si ignoráramos que no somos más que simples seres frágiles y prescindibles que, tarde o temprano, sin excepción, tendremos nuestro propio talón de Aquiles.

En el hospital leí un cuento de Alice Munro en el que una chica está cuidando a su madre moribunda mientras rememora sus mejores momentos juntas: el regreso a casa en el bus cargadas de libros, las bolsas de uvas del bazar, los infinitos cafés acompañados de infinitos cigarrillos y entonces reflexiona: «En cambio ahora te estás muriendo, mamá, y hoy es un día normal y corriente ahí afuera con gente haciendo la compra, y lo que has vivido es lo único que hay, y darías lo que fuera por ir a la biblioteca, algo tan simple como eso, por regresar subiendo la cuesta en el autobús con libros y una bolsa de uvas, esperando los cigarrillos y el café que tomaríamos juntas. Ay, sí, darías lo que fuera por volver a ese instante».

Y entonces pienso en mis instantes previos, en mis logros y mis conquistas, pero también en lo cotidiano y me doy cuenta de que, la mayoría del tiempo, nos matamos luchando por las cosas grandes cuando son las pequeñas las que le dan sentido a la vida: el amor sentado toda la noche en una silla al pie de la cama cuidándome, los amigos y la familia que han relevado los turnos, los doctores y enfermeras que me han atendido, la solidaridad de los desconocidos. Pienso en la paciencia de mis alumnos, incluso en la mirada extrañada de mis perros como si supieran que algo me pasa y estuvieran tratando de descifrarlo. Pienso en lo que daría por salir corriendo, por caminar descalza a lo largo de la playa, por trepar a la cima de la montaña. Pienso en la paciente del lado que no puede hacer cosas tan sencillas como comer ni hablar y sé que, al igual que yo, daría todo lo que tiene por volver a ese instante previo cuando la vida era más fácil, cuando teníamos las cosas realmente importantes y ni siquiera nos dábamos cuenta.

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