Síguenos en:
Columnistas | PUBLICADO EL 14 septiembre 2022

Votos y violencia

A solo tres semanas de unas nuevas elecciones en Brasil, en las cuales Lula da Silva es favorito para desbancar a Bolsonaro, la realidad sangrienta aparece como protagonista.

El 6 de septiembre de 2018, solo unos meses antes de las elecciones presidenciales brasileñas, el entonces candidato Jair Bolsonaro fue apuñalado en el abdomen por un hombre de 40 años. El atentado, que tuvo al político internado gravemente en un hospital, fue decisivo en la carrera electoral que semanas después consagró al derechista como mandatario. Los votos y la violencia se unieron entonces para sellar un ambiente caldeado por discursos de odio y división.

Una vez en la presidencia, Bolsonaro profundizó la grieta. Arengó el ojo por ojo. En julio pasado uno de sus seguidores entró al cumpleaños de un funcionario regional del Partido de los Trabajadores (PT), colectividad del opositor y expresidente Lula da Silva, y lo mató a tiros. Hace una semana otro “lulista” resultó baleado tras un altercado político en el interior de una iglesia. Y en el caso más reciente, el 7 de septiembre, un hombre que se declaró “bolsonarista” discutió con un compañero de trabajo que defendía a Lula y luego lo mató a cuchillazos.

A solo tres semanas de unas nuevas elecciones, en las cuales Lula da Silva es favorito para desbancar a Bolsonaro, la realidad sangrienta aparece como protagonista. La locura ha llegado a tal nivel que la Corte Suprema brasileña restringió temporalmente la venta de armas de fuego en algunas tiendas especializadas por el considerable “riesgo de violencia política”. Cualquier enfrentamiento cuyo tema sean las elecciones es un espacio propicio para la muerte.

Las acusaciones van de un lado a otro y el dedo señala al contrario como el responsable del delirio. Lula dice sentirse agobiado por el odio que inunda el tramo final de la campaña, pero sus seguidores han sido denunciados también por organizar patotas para golpear a simpatizantes de Bolsonaro. Por su parte, el Ejecutivo, temeroso de perder la reelección, hace muy poco para detener a los suyos que piensan en la eliminación física del contrario como un camino válido ante la discrepancia.

El lenguaje burletero, ofensivo y violento que ha marcado el tono del gobierno de Bolsonaro se profundiza para intentar sacar rédito en las urnas. Están convencidos de las ventajas que trae enardecer al votante para ganar su sufragio. Si en el camino llega la agresión y la muerte, entonces las voces oficiales se desligarán de ello. Considerarán al atacante como un loco descarriado.

Pero nadie actúa solo. Las motivaciones son construidas desde los parlantes mediáticos y políticos. Justo ahora nos llega un ejemplo desde Argentina. El tipo se llama Fernando André Sabag Montiel. Hace 14 días intentó asesinar a la expresidenta de ese país —y actual vice—, Cristina Fernández de Kirchner, cuando salía de su residencia en Buenos Aires. Gatilló dos veces, pero el arma, aunque con balas en el cargador, no disparó. Dicen que era un desquiciado individual. No es así. Seguía la orden emitida con frecuencia por nuestros dirigentes: “Son ellos o nosotros” 

David E. Santos Gómez

Si quiere más información:

.