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Cuando hasta un fabricante de armas se vuelve “ecológico” es que ya no hay vuelta atrás. Es el caso de la rusa Kalashnikov, conocida por su fusil de asalto AK-47, que tiene listo un prototipo de automóvil eléctrico de aires setenteros con el propósito de hacer frente al Model 3 de la estadounidense Tesla. La expansión de los vehículos eléctricos es un hecho, al igual que la descarbonización global. Con Trump más preocupado en poner puertas al campo con su muro que en acabar con un cambio climático que se la trae al pairo, Europa se ha quedado sola, por ahora, en su batalla contra el cambio climático. La UE se ha marcado el objetivo de reducir las emisiones de CO2 en un 45 % en 2030 y estudia ser climáticamente neutra, con cero emisiones, en 2050. Un esfuerzo titánico que ahorrará el 70 % de los 266.000 millones que la Unión importa anualmente en combustibles fósiles.
Para empezar, el Parlamento Europeo y el Consejo han alcanzado un acuerdo sobre las emisiones de CO2 para automóviles y camionetas ligeras en la UE para el periodo posterior a 2020: las emisiones de los automóviles nuevos tendrán que ser un 37,5 % más bajas en 2030 en comparación con 2021, y las de las nuevas camionetas tendrán que ser un 31 % más bajas. La apuesta de la UE va más allá de la implantación generalizada del vehículo eléctrico, ya que incluye la climatización y algunos procesos industriales intensivos en energía. Para alcanzar los retos, se apuesta por la generación de electricidad con tecnologías renovables y por el gas.
Al margen de las fuentes de generación, en las que el carbón va desapareciendo, algo que ya deberían estar afrontando los que mandan en Colombia, la electrificación es imparable en todo el planeta. De hecho, la previsión de la Agencia Internacional de la Energía es que la demanda eléctrica suba un 62 % hasta 2040. Con estas halagüeñas perspectivas, la mayoría de empresas energéticas del mundo, especialmente las mejor posicionadas en renovables, han visto reverdecer sus acciones en bolsa. Algunas hasta un 40 % en menos de un año. Incluso las petroleras están reconvirtiendo sus activos hacia la generación eléctrica, eólica y solar si es posible.
Sin embargo, esta electrificación tiene una cara oculta de la que debemos tomar conciencia. Las baterías que utilizamos en todos los cachivaches, desde los móviles hasta los patinetes autónomos que abundan ya por nuestras ciudades, se fabrican con minerales que provienen en su inmensa mayoría de minas africanas donde rige la semiesclavitud y en las que el trabajo infantil es frecuente. Es el caso del cobalto, cuya producción se concentra en un 60 % en la República Democrática del Congo. En el antiguo Congo Belga se ha recrudecido la guerra entre las distintas facciones que luchan brutalmente por hacerse con el control de las ingentes reservas minerales y de oro del país. La guerra ha dejado ya 4,5 millones de desplazados, violaciones masivas y miles de niños abandonados a su suerte, listos para engrosar las filas de las decenas de milicias.
Los vehículos eléctricos, con baterías mucho más grandes que las de los ‘smartphones’, requieren gran cantidad de cobalto y litio, hasta mil veces más que un iPhone, lo que disparará su demanda entre 10 y 25 veces por encima de los niveles actuales en los próximos diez años.
La escasez de estos materiales, junto con el vertiginoso desarrollo de las baterías eléctricas, está provocando una batalla global de las empresas y países para asegurarse el suministro. Pero esa pugna no se libra según los estándares occidentales. Se libra en el corazón del África más salvaje.
Quizá debamos correr menos en este proceso de electrificación y buscar fuentes alternativas y abundantes que no impliquen, como siempre, arrasar países enteros a costa de aniquilar a sus habitantes. Enchufados, sí. Pero no con las manos manchadas de sangre.