viernes
0 y 6
0 y 6
La semana pasada un buen amigo me contaba lo sucedido a alguien cercano a él. Mientras lo hacía, me daba cuenta de que todo era una tragedia evitable, y lo peor, fue la terrible sensación de deja vú que me iba quedando mientras lo escuchaba. Una amiga de él, cercana a alcanzar su jubilación, luego de trabajar más de veinte años en una reconocida empresa, había sido despedida porque según su jefa inmediata, a pesar de su gran compromiso, de los inmejorables números que la acompañaban y de haber crecido las ventas, incluso en la pandemia, era insostenible para la compañía porque su sueldo (que entiendo eran comisiones) era muy alto. Como es de suponer tras esa decisión hay mucha tela por cortar de lado y lado.
Sin embargo, esto me llevó a reflexionar sobre cuál debería ser el papel de nuestras empresas en el mundo actual. No sé, pero intuyo, qué puede pensar alguien a quien después de varias décadas de servicio a una empresa lo despiden, de buenas a primeras, por ser muy “bueno”. Lo anterior, con el agravante de que la empresa en cuestión no está al borde de la crisis y de que esa persona de la que deciden prescindir ha entregado su propósito de vida a esa compañía, no puede ser de otro modo después de semejante lapso. De lo que sí estoy seguro es de por qué ocurren este tipo de cosas: falta de propósito al interior de una organización que se sigue rigiendo bajo modelos obsoletos y condenados a desaparecer y donde prima el Ebitda sobre las personas.
Partamos de una base: en el nuevo modelo de capitalismo consciente los empleados dejan de serlo y se convierten en parte fundamental de sus empresas, en otras palabras, son el activo más valioso con el que éstas cuentan y, como tal, el que más hay que valorar y cuidar. Cuando se entiende esto, cuando se entiende que el mayor capital no son cifras sino personas, cuando estamos conscientes de que para salir adelante cualquier empresa le debe apostar a mantener el talento, estamos en capacidad de enfrentar los nuevos retos que la modernidad nos exige. Los nuevos consumidores son cada vez más exigentes y están menos dispuestos a consumir productos de empresas que carecen de un propósito y que solo buscan enriquecer a sus accionistas.
La pandemia nos ha dejado muchas enseñanzas, nadie puede negar los golpes tremendos a la economía mundial, pero en un panorama que en el mediano plazo parece alentador, tampoco debemos olvidar a las personas que han hecho grandes sacrificios para mantener a flote nuestro sistema productivo. Los nuevos liderazgos no deberían estar amarrados a cuánto se gana el otro, el raciocinio más bien debería ser que entre más bienestar tengan los empleados de una organización mayor será su compromiso con esta. Ninguna empresa crece sus ganancias despidiendo su talento, por el contrario, reteniéndolo.
Un liderazgo con propósito es aquel que antepone las personas a los números. Una buena empresa es la que se atreve a sacrificar parte de su patrimonio para retener su mejor gente, quienes, de hecho, ayudaron a construir el mismo patrimonio de la empresa.
Lo que la gente odia del capitalismo irracional es que cuando estamos bien todos ganamos y, si estamos mal, muchos pierden para que pocos puedan ganar. Esto puede y debe cambiar.
Es, ante todo, un asunto de justicia que nos permitirá alcanzar sociedades menos resentidas, menos desiguales