viernes
0 y 6
0 y 6
La foto oficial de Petro como presidente es muy mañé. Una imagen que parece mal editada, con Petro de cachaco, en primer plano, en medio de Caño Cristales. De blazer, aunque parece que estuviera metido en el agua, con el rosado vívido de las cascadas de fondo, con la banda presidencial asomándose discretamente por encima de su camisa. Una imagen con paralelos divertidos a una pintura propagandista de Mao o de Kim Il-Sung. Petro sale con una sonrisa incómoda, mirando al infinito. Algunos medios reportaron que el nuevo presidente viajó hasta el Meta para posar para la foto, pero, sinceramente, no parece: da la impresión de ser una edición barata, ni siquiera de Photoshop, sino de una app gratis mete-virus para el celular o de la tarifa menos cara de Foto Japón. Extremadamente colorida, mal editada, desentonada, mañé.
La palabra mañé no la uso de forma gratuita. La uso con mucha intención y algo de sentimiento de culpa. Leyendo Ñamérica —un libro de crónicas espectaculares de Martín Caparrós sobre Hispanoamérica— me encontré con la primera definición, más o menos formal, que he leído sobre el significado y origen de lo mañé y sus equivalentes: “Llamamos lobo, mersa, terraja, grasa, groncho, corroncho, checho, mañé, ñero, ñuco, naco —y tantas más— a los intentos de las nuevas clases más o menos medias de asimilar su consumo al de las clases más altas, con menos medios y, por lo tanto, productos aún peores”.
La foto presidencial de Petro me recuerda un análisis que vi hace unos años —en un video en YouTube al que no recuerdo cómo llegué—. La gerente de una empresa de publicidad se detenía sobre lo que comunicaban las campañas del Partido Demócrata. Al final habla sobre el eslogan de Trump, “Make America Great Again”, y sobre cómo era tan feo y poco sofisticado que era efectivo en alimentar su narrativa: comunicaba que era un proyecto político donde todo el mundo cabía, sin presiones, fácilmente relacionable, que apeló a las clases medias indignadas contra el statu quo que los había “dejado olvidados” desde comienzos de los 2000. La foto de Petro no es equivalente a lo que quería comunicar el logo de Trump, pero sí creo que tienen paralelos. La insistencia en los símbolos del ya posesionado presidente es algo imposible de ignorar, algo que, además, utiliza a la perfección, impactando a la medida que quiere a una gran base de electores que se conectó con su narrativa. La espada de Bolívar, las vestimentas coloridas y llenas de simbología de su familia y aliados durante la posesión o sus ocasionales discursos y frases clichés quedados en la anticuada izquierda de Las venas abiertas de América Latina, todos símbolos calculados.
Por más que Petro haya llegado al poder apoyado por Santos, Roy, Benedetti y con el visto bueno de muchos otros de “los mismos de siempre”, no se nos puede olvidar lo esencial: al poder llegó algo muy distinto a “los mismos de siempre”. Para bien o para mal, un cambio. Y ese cambio no habría existido si no apelara a los que miraban con recelo las viejas prácticas, a los señores encorbatados en trajes grises, a las fotos profesionales con fondos aburridos y elegantes: todo demasiado sofisticado, excluyente. Una foto colorida, mal editada, apela a muchas personas que escogieron algo distinto. Esa simbología es lo que cimienta la narrativa de Petro, y mientras sostenga esa narrativa tendrá legitimidad en sus electores para promover sus reformas, disminuirá la tasa en la que quema su capital político. Nos quedan mañesadas para mucho rato