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Columnistas | PUBLICADO EL 03 septiembre 2022

Una espiritualidad ecológica

De una conversión ecológica individual, que debe ser también comunitaria, nace la “espiritualidad ecológica” que propone en su encíclica el papa Bergoglio.

Estoy seguro de que en Colombia nadie se ha confesado nunca de pecados no ya contra los animales, sino contra los bosques, el aire, el agua, los ríos y las quebradas, y de que dichos pecados han ocasionado los males que no hemos sabido evitar, los desastres que ahora nos consternan. No creo que exista un sacerdote que alguna vez haya oído en confesión un pecado ecológico. Ni un penitente que lo haya confesado.

Tal vez, de niños, nos confesamos por haber matado pajaritos. Nos lo decía la mamá cuando llegábamos, cauchera en mano, con el animalito ensangrentado que habíamos asesinado. A veces ni nos regañaban. “Tenés que contarle al padre en la confesión lo que hicites”, le conminaban a uno.

Hemos mostrado siempre una indiferencia generalizada hacia este dulce reino de la tierra. Dice el papa Francisco en la encíclica Lodato si: “Tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica” (cursiva en el original).

De ahí, de una conversión ecológica individual, que debe ser también comunitaria, como lo señala el papa Bergoglio, nace la “espiritualidad ecológica” que propone en su encíclica. De la que, hay que decirlo, tampoco es que se hable mucho en los púlpitos. El pontífice resume esa conversión en una actitud de gratitud y gratuidad, es decir, “un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca, como consecuencia, actitudes gratuitas de renuncia”.

El papa Francisco propone afianzar esa espiritualidad con dos virtudes: la sobriedad y la humildad. “No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal”.

Las dos virtudes sobre las que trata el papa en el capítulo sexto y último de la encíclica configuran, a mi parecer, la ascética de una espiritualidad ecológica. Viene luego una vivencia mística de la ecología, el más bello y emotivo momento del reencuentro de todos los seres vivos con y en la “Casa Común”, expresión que se menciona en el subtítulo de Lodato si y es como un leit motiv.

P. D.: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios, y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí” (San Juan de la Cruz, “Oración del alma enamorada”).

P. P. D.: “Mi amado, las montañas/ los valles solitarios nemorosos/ las ínsulas extrañas/ los ríos sonorosos/ el silbo de los aires amorosos./ La noche sosegada/ en par de los levantes de la aurora/ la música callada,/ la soledad sonora,/ la cena que recreas y enamora”. (San Juan de la Cruz, “Cántico espiritual”) 

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