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La imagen del timonel de la gran nación china atraviesa momentos difíciles. Su política externa, percibida como blandengue y su limitada capacidad negociadora frente a la agresiva política comercial de Donald Trump, pueden haber sido las gotas que colmaron la copa de los altos jerarcas del Partido Comunista.
La posición de Xi como secretario general del PCCh no admite fallas en la formulación de políticas ni resultados deficientes. La lucha por el poder es una batalla inclemente y dentro de ella, como su máximo bastión, Xi viene experimentando pérdida de fuerza en el ejercicio de sus funciones como jefe del Estado y también como cabeza del Gobierno.
El primero de los signos de debilitamiento del mandatario fue la decisión, de fin de junio, de establecer un cuerpo aparte en el seno del Comité Central del Politburó del PC para la toma de decisiones que, de manera ordinaria, correspondían a Xi como su Presidente. Tal paso no fue dado a sus espaldas. Fue él mismo quien rubricó el comunicado escueto que informaba a la nación del establecimiento de este particular Comité de Coordinación que, a partir de entonces, se convirtió en la más alta instancia decisiva en el país. La formulación de políticas y su seguimiento dependerá únicamente de él. Lo que es un secreto a voces es que, a pesar de que Xi sigue estando al frente, el líder ha sido constreñido a aceptar que sea un cuerpo colegiado quien tenga la última palabra en temas políticos sensibles.
Entre estos temas se ubica la diplomacia del país, las negociaciones que están teniendo lugar con los Estados Unidos, la participación del gigante de Asia en los reacomodos mundiales en esta etapa de la globalización, la fórmula adecuada para el rescate económico y muchos otros del mismo calibre.
El hermetismo oficial no facilita los análisis y genera mucha especulación. Los entendidos en la materia aseguran que algunos líderes desean un rol internacional para China diferente al alcanzado por Xi y aspiran a una reconfiguración del equilibrio global con China a la cabeza; otros quieren centrarse en un relanzamiento económico que extraiga a China del retroceso que enfrenta; algunos desean implementar reformas políticas diferenciadas de la visión de Xi, luego de más de una década de poder cuasi omnímodo. Y no falta quien ponga el dedo en la llaga de lo que consideran un fracaso en la consecución del liderazgo en tecnología de punta a escala planetaria.
Mucho más intenso, pero igualmente menos comprobable, es lo que se especula sobre una suerte de desentendimiento de Xi con las instancias militares del PC, lo que se ha traducido con una pérdida de influencia en un área clave. Desde su llegada al poder las purgas han sido frecuentes y espectaculares, la reestructuración de las fuerzas armadas ha levantado críticas severas y el anecdotario del sector abunda en casos de “suicidios” forzados, prisión y ostracismo de uniformados de muy alta gradación. La corrupción del sector ha sido una obsesión de Xi y a la vez una Espada de Damocles. Parece ser cierta la incomodidad que se palpa a nivel de los generales en el Ejército Popular de Liberación, que hasta hace poco eran cercanos o incondicionales de Xi.
De cara a una declinación aparente, pero inocultable, de su garra sobre los asuntos estatales y políticos, Xi ha comenzado a medir sus pasos. Pero mientras dosifica sus apariciones públicas, el comentario “sotto voce” es que su debilitamiento es indetenible.
Ya las decisiones que se emprenden en todos los terrenos deliberadamente no llevan su sello.
