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0 y 6
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Un día eres joven y al otro pones un juego de ollas antiadherentes en tu lista de regalos de Navidad. Un día eres joven y al otro te estás quejando de la carestía del mercado. Un día eres joven y al otro sabes si va a llover y a qué horas, por el dolor en tu rodilla. Un día eres joven y al otro le estas preguntando a tu mamá cómo se hace una carnita volteada... Todos esos mensajes simpaticones que uno se encuentra por ahí, además de arrancarte una sonrisa, tienen un trasfondo mucho más importante. Porque también hay del tipo: Un día eres joven y al otro estás despidiendo de este mundo a tus amigos de la vida.
Lo cierto del caso es que un día eres joven y al otro empiezas a dejar de serlo. Te das cuenta de que estas pasando por cambios biológicos, físicos, psíquicos y sociales, que unos llaman “madurez” y para otros es “vejez”. Y es para todos. Y es inevitable. Y es progresivo, porque no tiene reversa ni puede detenerse.
Un día eres joven y al otro te das cuenta de tres cosas: que ya has vivido más tiempo del que te falta por vivir (hipotéticamente hablando). Que hoy es difícil hacer algunas cosas para las que antes ni el cuerpo ni la mente ofrecían resistencia. Y que a pesar de todos los errores, los dolores, las pérdidas, los fracasos y los sufrimientos, la vida vale la pena. Recordar con nostalgia las épocas pasadas se vuelve recurrente, pero nadie puede quitarnos lo bailado.
Un día eres joven y al otro te das cuenta de que lo que hiciste ya no puedes cambiarlo. Fernando González, el filósofo de Otraparte, define el remordimiento como el “dolor producido por la visión objetiva de nuestros actos que no están acordes con el ideal que percibe nuestra inteligencia”. Es decir, no lo asocia necesariamente con el hecho de hacer algo malo contra alguien, ni de haber hecho lo que hicimos, sino con dejar de hacer lo que deberíamos haber hecho.
Un día eres joven y al otro te das cuenta de que muchas de las batallas que libraste no valieron la pena. Que el odio y el rencor pesan como el concreto y que en este mundo ancho y ajeno sí cabíamos los negros, los blancos, los ricos, los pobres, los de ideología política diferente, los que te caen gordos y los que amas.
Un día eres joven y al otro la piel cansada te recuerda que las arrugas salen de fruncir el ceño, pero también de alegres risotadas, qué más da.
Un día eres joven y al otro estás rendido de luchar contra los imposibles, sin frustraciones de por medio, porque entiendes que el poder que crees tener no te alcanza para sostener ni una puntica de un octavo de la mitad del mundo.