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Columnistas | PUBLICADO EL 05 septiembre 2020

Tratar

Por Julián Posadaprimiziasuper@hotmail.com

Volvimos a eso que llaman la nueva normalidad, ese estado en el que nos piden autocuidado, cordura y conciencia, tan escasos entre todos nosotros, volvimos a esa eterna desazón nuestra, a lo mismo de antes y al parecer de siempre, a la rutina de muertos, desplazados, tiros de gracia y masacres que ahora desde ese lugar que está más cerca de las estrellas y más lejos de todos decidieron llamar “asesinatos selectivos”, volvimos a ese desprecio por las normas, a esa ley de la selva que es cada rincón de esta geografía de sangre, a ese estado de derecho en que prevalece el bien particular sobre los intereses de todos, en el que el juez como si se hubiese ordenado sacerdote imparte dogmas y no justicia, regresamos al estado del sálvese quien pueda como resultado de tantos meses de encierro, incertidumbre y violencia. ¡Tenemos hambre, ayúdenos! se alcanza a leer en los carteles garabateados con colores que portan los que ahora deambulan como zombies en cada luz roja, mientras en las aceras el caos y la beligerancia se estrujan, muy cerca resuena el eco del monarca que pretende reducirlo todo a una disputa entre ricos y pobres.

Y ahí, atónitos y apenas levantándonos de esta pesadilla hipnótica estamos muchos que con esfuerzo sobrehumano tratamos de recomponer los fragmentos que sobrevivieron a cada uno de los cientos de veces que nos dijimos adiós sin saber si después de apagar la pantalla volveríamos a vernos, aquí seguimos, somos los temores y la desazón mental que resulta después de tantos días de esta vigilia de abrazos, en este regreso cada mañana hay que alzarse a recomponer y zurcir el tejido que construyen los afectos, los te quiero no dichos, esos que nos garanticen la supervivencia, ahora que estamos de vuelta de este duermevela como en cualquier batalla contamos ausencias, las de los que nos dejaron y apenas pudimos despedir, las de experiencias y cosas que ya no estarán, cada partida es una ruptura con todo y con nada, es un vacío, cada despedida es un silencio interminable en el que ahogamos certezas, cada recuerdo de lo que no está es una pregunta sobre la solidaridad, la empatía o la justicia, es la rabia no manifiesta sobre a quién y por qué protege el sistema, cuanta fragilidad, somos estructuras de cristal sometidas al vaivén de la escala de Richter.

Volvimos, pero para muchos más que estar de regreso es empezar de cero, avanzar es dejar que mueran y caigan pedazos de uno, es reconstruir los sueños que iban a mitad de camino, es tratar de ascender los peldaños en el país del nunca jamás, me decía un amigo propietario de un restaurante sobreviviente de este naufragio con una sonrisa en sus ojos que ocupaba las distancias sociales que exige la norma, “aquí estamos de vuelta como estábamos hace siete años cuando empezamos, con la expectativa de no saber nada, sobrevivimos y lo hicimos porque del otro lado sentíamos los afectos de todos los clientes, porque estoy seguro que extrañarnos y sabernos de regreso nos garantiza la felicidad”. Así es, en eso estamos, procurando ser felices a pesar de tanto.

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