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Somos frágiles

A veces son minutos silenciosos: el gesto de mirarse para saber quién va apretar el botón, el gesto de moverse para darle campo al otro en el bus, el de cargar la mochila, el de extender la cívica.

22 de junio de 2023
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Por Juliana Restrepo Cadavid - JuntasSomosMasMed@gmail.com

Nuestros días están llenos de personas con las que coincidimos solo unos minutos. Meseras, porteras, vendedores ambulantes, recepcionistas, gente random del trabajo. Inicialmente los nombramos - bueno, yo - como nombra Saramago en Ensayo sobre la ceguera: “El conductor del integrado de la música en inglés”, “La venezolana que vende arepas en la estación Poblado”, “El trotador de shorts ochenteros”, “El chirretico sonriente que vende chicles”, “la pelilarga”, “la practicante nueva”. Después pasan a ser Liz, Nancy, Camila, Lu, Caro, Luz, Don Jorge, Maso, Julian, Daniel, Jair, Mario, Omar, Yenny, Angelita, Gloria, Miryam, Miller, Camila, César.

A veces son minutos silenciosos: el gesto de mirarse para saber quién va apretar el botón, el gesto de moverse para darle campo al otro en el bus, el de cargar la mochila, el de extender la cívica. A veces tienen palabras. “Gracias”, “¿Andrés ya entró?”, “Doña Juliana, le dejaron un paquete anoche en portería”, “Tercer piso oficina cuarenta y siete”, “¿Van a pedir leche? Sí, tres rojas”, “¿Me regala la cuenta?”. Después de algunas coincidencias, se pregunta por la vida entre pedir la cuenta y pedir el café. “¿Cómo siguió el hijo de la amigdalitis?”, “Para mí un tinto chiquito ¿Si terminaste semestre?”, “Juli ¿va a pagar con tarjeta o efectivo?”, “Estoy haciendo una rifa”, “Hoy tenemos un especial”, “Mi hermano el mayor, Alcides, ¿se acuerda?, anda perdido desde ayer”, “¿Y cómo logras que haga tareas solo? Yo le dije que tengo una cámara y que si no hace las tareas yo lo veo por ahí”. Y así, la gente pasa a tener nombre propio con vida propia. Y cuando uno saluda los domingos antes de salir a la ciclovía sabe que su hija de doce años ha estado sola todo el fin de semana. O sabe que el hijo mayor está que se gradúa de La Medellín. O sabe que le tocó dejar al hijo que sigue enfermo con la vecina de arriba. Pululan los ejemplos de hijos pero es que si uno es mamá empieza a preguntar más por los hijos y además muchas son madres solteras. Son meseras-madres, operadoras-madres, porteras-madres. La ciudad está llena de madres que, con o sin red de cuidado, trabajan.

En mis días existía Gladys Mautate, jefe de meseras, que se mató en una moto hace dos semanas. Habíamos conversado de la vida en la cafetería y por whatsapp, en la pandemia, cuando las dos éramos muy mamás y estábamos muy llevadas. Nos veíamos, cálculo, no más de cinco minutos a la semana. Conocía sus formas amorosas, siempre desde el cariño, desde el cuidado. Gladys llenaba esos minutos míos - e intuyo que los de otras personas - de calidez y belleza. Hoy escribo esta columna pensando en ella porque es muy loco lo mucho que me entristeció su muerte. También, pensando en todos los que sí tengo aún y agradeciendo a los que, así sea desde un ejercicio transaccional, miran al otro, lo reconocen. Porque nuestros días acaban siendo la suma de esos pedacitos. Y mirarnos es reconocernos complejos, pero también intensos, extraordinarios y frágiles.

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