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Este libro es una invitación a salvarnos, siempre y cuando entendamos la importancia de vivir en comunión y respeto, es un llamado de atención sobre lo inútil de las fronteras.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Todavía recuerdo con emoción la vez que una tángara escarlata se posó en el laurel de enfrene de mi apartamento. Nunca había visto un pájaro así en un árbol acostumbrado a las guacharacas, azulejos, bichofués, tórtolas, a eventuales pájaros carpinteros, avispas y abejas, a las zarigüeyas nocturnas y a las ardillas. Las plumas de la tángara eran de un rojo opaco, el viaje que había hecho desde el norte del continente hasta estas tierras había dejado sus estragos. Curiosamente hoy, cuando escribo esta columna, se cumplen tres años de esa visita, luego esa tángara, o alguna de esa misma familia, siguió viniendo todos los noviembres. Me gusta esperarla, imaginar todo lo que vio para llegar justo a este árbol, mientras pasa el invierno del norte.
Casualmente, en este noviembre, leí Solo un poco aquí, de María Ospina Pizano, una novela que registra lo que muchos seres humanos hemos invisibilizado, especies vivas que están ahí, cerca de nosotros y, para muchos, son inferiores. Justamente, una de las protagonistas de esta historia es una tángara escarlata que “no quiere rascacielos; lo que quiere es bosque”, no sabe de fronteras o deportaciones, transita libre sin el permiso de nadie y es capaz de calibrar el vapor, el viento, las nubes espesas antes de que pase un huracán. Y según cuentan, prefiere viajar de noche para no ver el desastre en el cual hemos convertido la tierra. A través de la sencillez de especies como esta, o dos perras que terminan en un centro de adopción, o una cucarrona, o una puercoespín, vemos en detalle lo que seguimos insistiendo en destruir y lo ridículo que puede ser el ser humano al despreciar los demás seres vivos.
“He querido en este libro cuestionar la fantasía antropocéntrica de que otros seres vivos son irrelevantes o inferiores o deben estar siempre al servicio de las lógicas humanas, como la lógica de la propiedad privada, de la ganancia y del estado-nación con sus fronteras”, expresó María Ospina esta semana cuando durante la Feria del Libro de Guadalajara recibió el premio de literatura sor Juana Inés de la Cruz, convirtiéndose en la segunda colombiana en obtenerlo, la primera fue Laura Restrepo en 1997.
Este libro es una invitación a detenernos en los bosques, en los caminos, a respetar los tamaños de la vida, a pensar mucho mejor cómo respiramos y qué nos está asfixiando. Es una invitación a salvarnos, siempre y cuando entendamos la importancia de vivir en comunión y respeto, es un llamado de atención sobre lo inútil de las fronteras y cómo nunca deberíamos decirle a alguien: ¡regrésate a tu puto país! Como expresó María en su discurso, “este libro es un intento de bajarle volumen a las voces humanas y a sus fantasías de dominio sobre el mundo para que resuenen otras”. Y claro que lo logra, porque al cerrar las páginas de esta corta novela, no es posible volver a escuchar un cucarrón o a los pájaros que nos visitan de la misma manera.