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Por Adam Tooze
En las últimas semanas, la economía mundial ha visto agitación preocupante. Sea inminente o no una recesión, ciertamente ha habido un colapso de confianza.
¿Qué tiene a los inversores tan agitados? Hay factores a largo plazo en juego, como las tendencias demográficas y una dilación en el cambio tecnológico. Pero lo que finalmente parece haberse vuelto claro para los mercados es que la globalización ya no es apoyada por la mezcla de una política económica que favorece al inversor y políticas agradables que siempre han dado por sentado.
En el gobierno de Trump, la teatralidad nacionalista de la política económica ha alcanzado nuevas alturas. La Casa Blanca ha respondido a la ola de conversaciones de recesión ridiculizando a la Junta de la Reserva Federal y amenazando con más aranceles contra China.
Tan incoherente es la política económica del gobierno Trump que no menos figura que Bill Dudley, un expresidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, ha dicho que el banco central estadounidense debería tratar la posibilidad de la reelección de Trump como una amenaza a EE. UU. y la economía mundial. Dudley argumentó que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, debería negarse a amortiguar los efectos del proteccionismo de Trump a través de nuevos recortes en las tasas de interés. Si la bravuconada del presidente desencadena una recesión, que así sea. Al menos la Fed no ayudaría a marcar el comienzo de un segundo mandato.
Para ser justos, la Fed se distanció de la sugerencia de Dudley. Pero él estaba diciendo lo que es dolorosamente obvio. La administración Trump, y el Partido Republicano, amenazan a las instituciones de formulación de políticas económicas en EE. UU. Históricamente, han sido los gobiernos radicales de Europa y América Latina los que provocaron una línea dura entre los banqueros centrales conservadores.
La economía mundial necesita liderazgo por parte de Europa: nadie tiene más para perder de un colapso del multilateralismo. La eurozona está en el borde de una recesión - un Brexit duro empeorará las cosas- pero una aguda dilación en Alemania significa que por primera vez los intereses de Norte y Sur están en realidad alineados. La eurozona necesita inversión. Pero tiene su propia disfunción política para manejar.
El hecho que el mundo aún no se ha inclinado hacia una recesión en gran parte se debe a China. Esto no quiere decir imputar poderes sobrehumanos ni unidad monolítica a Beijing. El gobierno chino tiene las manos llenas manejando una combinación desagradable de desaceleración del crecimiento y un peligroso boom crediticio. El sector bancario en la sombra de China es una preocupación, al igual que los gobiernos regionales del país adictos al crecimiento. Las corporaciones chinas acumularon una deuda barata en dólares y ahora están sujetas a la trayectoria errática al alza del dólar. Y detrás de escena, hay persistentes rumores de tensión entre la camarilla del presidente Xi Jinping y la del primer ministro Li Keqiang.
Y sin embargo, en el manejo de tanto sus problemas internos como externos, China, a diferencia de Estados Unidos, al menos parece tener un libro de jugadas.
Una vez criticado por resistir la presión al alza sobre el valor de su moneda, Washington espera que Pekín tire de todas las palancas para evitar que el yuan se devalúe. E incluso dejando de lado los ruidos contradictorios de la administración Trump, hay pocos en Occidente que quisieran ver a China liberalizar su balanza de pagos y arriesgarse al tipo de fuga de capitales que sacudió los mercados financieros mundiales en 2015 y 2016.
Apretar los controles económicos es lo opuesto a cómo los expertos occidentales alguna vez imaginaron la integración de China en la economía mundial. Pero es un kit de herramientas que sirvió tanto a Beijing como al resto del mundo al evitar una nueva desaceleración.
Hay una pregunta inevitable: ¿cuáles son las consecuencias políticas de una dependencia cada vez mayor del control de Beijing sobre la economía china?
La pregunta podía ser esquivada cuando se asumía que China convergería con el Occidente. Ahora ambos partidos en el Congreso lo posan en términos geopolíticos — los demócratas clave han dado un giro para ver el crecimiento económico de China como una amenaza para la seguridad estadounidense. La represión en Xinjiang plantea la cuestión como un asunto de derechos humanos; la agitación en Hong Kong aumenta lo que está en juego. El mundo mira con la respiración contenida para ver si Beijing usará la fuerza para acabar con la autonomía restante de Hong Kong.
La perspectiva de una economía mundial dividida entre una Europa esclerótica, un Estados Unidos nacionalista y una China autoritaria es sombría.