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Columnistas | PUBLICADO EL 16 noviembre 2019

SOBRE EL AGUA LIMPIA

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGELmemoanjel5@gmail.com

Estación Alfaguara (fuente que mana y fluye), a donde llegan los buscadores de causas materiales (de qué se trata), eficientes (quiénes actuaron allí), formales (resultados previstos) y finales (para qué se hizo todo esto y por qué en ese lugar y no en otro); los interesados en cauces y meandros iniciales (profundidades, fuerzas, inundaciones), y los que suben dejando atrás la contaminación, lo revuelto y lo confuso; los que se interesan en los inicios y quieren saber cómo se fueron transformando y con base en qué; los que se inquietan por los contenidos primeros, los pesan, miden y analizan. Y a todo esto, los que se hacen preguntas y van armando respuestas posibles, credibilidades, desvíos, cortes, buenos y malos usos, desde los inicios y no en medio del recorrido del río, donde el agua ya está sucia y verla desde ese punto ya es engañarse y comenzar a fabular, cuando no salirse de la realidad y creer que el mundo ha sido siempre así.

Ya sabemos que estamos vivos porque bebemos agua y sin esta ninguna posibilidad de vida en la tierra es posible (y en Marte menos). Y al igual que el agua, que es la metáfora de lo que nos sucede (lo que pasa desde su nacimiento hasta que llega al mar), está el inicio y el fluir del pensamiento, el crecimiento de la inteligencia, la fuente de la moral, la necesidad de los recursos éticos, la transparencia de los orígenes de las cosas y acontecimientos, y los resultados de lo construido. Buda decía: nuestra vida es un río y a lo largo depositamos en las orillas lo que hemos hecho. Y en ese curso hacia las aguas mayores (lo que va llegando al mar haciendo deltas), dejamos atrás inundaciones y construcciones, buenas vegas o meros pantanos. Lo que hicimos quedó en las orillas; lo que se hunde en el mar, nuestro destino.

Para los tiempos en que vivimos, de aguas sucias y contaminadas, de cursos cambiados yendo contra la memoria del río y de nosotros, se hace indispensable regresar a las fuentes de lo que sabemos y hacemos y no estar pescando en los sitios peores, donde ya todo está deformado y monstruoso, cuando no convertido en piedras deformes como los wadis (cursos secos) del desierto. Y esta necesidad apremiante, la de ser humanos y claros, la de fluir con calma y haciendo que los sedimentos sean buenos, es quizá la última oportunidad que tenemos. Si seguimos como vamos, nos pasará como a los peces con el mercurio: bocas abiertas con las branquias llenas de gusanos.

Acotación: La fuente de agua limpia es la humanidad, las normas civiles a seguir, los principios de equidad, igualdad en derechos y la ejecución de deberes que nos hagan sensatos e inteligentes. Pero no, hay agua sucia, lluvias ácidas, arroyos enloquecidos, puentes destruidos y lodo.

José Guillermo Ángel

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