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Hay autores que, por suerte y por fin, asoman ese lomito discreto y te empujen de una buena vez a su lectura, a pesar de que día a día la tienen más difícil con tantas cosas que se publican.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Hay autores que la vida nos esconde por un buen tiempo. Hay autores que incluso están ahí en la biblioteca personal y fueron olvidados, fueron cubiertos por otros nombres, por otras premuras. Hay autores que, por suerte y por fin, asoman ese lomito discreto y te empujen de una buena vez a su lectura, a pesar de que día a día la tienen más difícil con tantas cosas que se publican. Y cuando eso pasa, cuando las páginas te envuelven en una trama tan apasionante, tan absurda, tan sencilla pero tan profunda y atravesada, resulta imposible creer que esa novela haya estado guardada, escondida, más de cinco años, como el mismísimo protagonista de Rabia, del escritor argentino Sergio Bizzio.
Rosa es la mucama en la mansión de los Blinder. José María trabaja como albañil en una construcción cercana. Se conocen en un supermercado y casi de inmediato se enamoran. Rosa y María hacen el amor todos los sábados, y a veces también los domingos.
Podrían hacerlo todos los días, si fuera por ellos, pero la verdad es que no les da el presupuesto. Un día hay un muerto y María es sospechoso. Un día, ante la ausencia de los Blinder, Rosa y María beben vino, comen, se cuentan sus sueños, se conocen más, se dicen cosas, y cuando están a punto de darse un beso, Rosa siente que llegaron sus patrones. “Rosa, oíme, tranquila...Respirá hondo...yo me escondo acá atrás de la mesada, vos les abrís, ellos entran y yo agarro las llaves y salgo y después te las tiro por arriba de la reja”. Así proceden, o eso parece. El asunto es que María no sale de la mansión, se queda ahí, se instala en el último piso, en la mansarda, donde se sentía más oculto.
Y claro, aquí empieza todo, en ese cuartico olvidado María está mucho mejor de lo que hubiera estado en su propia casa si fuera libre. “Y no pensaba ‘si fuera libre’ amargamente, sino regocijándose: la calle significaba la condena y el encierro”. María empieza a reconocer la cotidianidad de la casa, de la familia, sus rutinas, sus caprichos, sus respiraciones, sus modos de abrir o de cerrar las puertas, “sabía quién acababa de apoyar su copa en la mesa... y todo como un ciego porque nunca o casi nunca los había visto”. Con el tiempo se da cuenta de que también tenía tiempo para pensar. “Y lo primero que pensó fue que nunca había pensado”. Se acostumbra a hacer todo en cámara lenta, a conversar con Rosa en unos diálogos imaginarios, luego se ingenia otros métodos. Se encariña con una rata, en fin, ya descubrirán lo increíble que puede llegar a ser la vida de alguien que vive en secreto, recluido y siente un amor invisible.
Todo en esta novela se construye con una minucia fantástica que puede cargarnos de angustia, pero nos muestra lo magistral que es Sergio Bizco, que en buena hora llegó en medio de tanto libro. En las bibliotecas de Comfenalco está Rabia y en las de Comfama está Era el cielo. Solo les advierto algo, este autor puede enviciar.