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Columnistas | PUBLICADO EL 05 febrero 2022

Ser mezquino hoy

Por James Martin

En los primeros días de la pandemia, en la ciudad de Nueva York, con frecuencia pasaba frente a los camiones refrigerados de la morgue estacionados frente al hospital Monte Sinaí, a solo una cuadra de mi comunidad jesuita.

En aquellos días, parecía que todos usaban cubrebocas, mantenían el distanciamiento físico, se lavaban las manos y limpiaban los productos empacados que compraban. Y todos pedían en sus oraciones (o esperaban) que hubiera una vacuna.

Entonces, sucedió lo increíble: hubo vacuna. Luego, en un suceso todavía más increíble, algunas personas que podían tener acceso a esos milagros médicos prefirieron no recibirlos. Muchos de aquellos que se negaron a recibir la vacuna han muerto. Muchos más morirán.

El papa Francisco ha dicho que vacunarse es un “acto de amor”. Una frase más directa que la del santo padre es: no todo se trata de ti.

Así que no sorprende que, cuando una figura conocida que se ha negado a realizar este acto de amor muere de covid-19 —en particular, si ha despotricado en público en contra de estas medidas para proteger la salud—, algunas personas sientan el impulso de decir: “Te lo dije”. Unas cuantas personas van todavía más lejos y se burlan de quienes han perdido la vida o incluso provocan a los familiares que les sobreviven.

Este lío de emociones fuertes puede causar confusión: vemos a alguien que se resiste a las vacunas o los cubrebocas (algo que nos frustra), pone en peligro a otros (lo que nos hace enojar) o incluso a nosotros (algo que nos asusta) y luego muere (algo que debería entristecernos, pero, algunos de nosotros descubrimos horrorizados, no lo hace). Sentir que la muerte de alguien nos justifica parece un acto inmoral, pero también parece reflexivo. Humano.

Existen varias teorías que intentan explicar cómo evolucionó esta tendencia humana a sentir schadenfreude, un término alemán que denota la alegría que experimentamos ante la desgracia ajena.

Colin Wayne Leach, profesor de psicología que ha estudiado el fenómeno de la schadenfreude y el regodeo, dice que la schadenfreude que muchos sienten por la muerte de activistas antivacunas deriva de la polarización en Estados Unidos: “En muchos sentidos, es ver a tus enemigos sufrir a causa de sus creencias. Es la justicia más dulce y en parte por eso resulta tan satisfactoria para el otro bando”.

La schadenfreude se encuentra en todo el espectro ideológico. Hace poco, en Fox News, Laura Ingraham, comentarista que a menudo ha dicho que cree en los “valores cristianos”, celebró la noticia de que el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, había dado positivo en coronavirus a pesar de estar vacunado y tener la dosis de refuerzo.

El problema es que incluso un caso leve de schadenfreude es totalmente opuesto a los “valores cristianos”. Jesús nos propuso orar por nuestros enemigos, no alegrarnos de sus desgracias. Nos invitó a cuidar a los enfermos, no a burlarnos de ellos. La schadenfreude no es un valor cristiano. Ni siquiera es un valor ligeramente moral.

Aquí podría hacer referencia a toda una lista de filósofos, teólogos y otras voces sabias de distintas religiones y tradiciones de todo el mundo para reforzar mi argumento. Pero prefiero usar una palabra que casi no se ha visto en nuestro discurso: mezquindad. Jactarse del sufrimiento o muerte de alguien es lo más opuesto a un acto moral que pueda imaginarse. Es cruel.

Si nos permitimos caer con regularidad en la schadenfreude, terminaremos con el alma torcida. Es un sentimiento que nos roba la empatía por las personas que no opinan lo mismo que nosotros y desgasta nuestra compasión.

“¡No exageres!”, quizá piensen algunos. “Es una emoción natural”. Es cierto, y por lo regular no tenemos ningún control sobre nuestras emociones.

Pero lo que hacemos con esas emociones, optar por darles rienda suelta, permitir que se prolonguen o se intensifiquen, es una decisión moral. Dejar que las emociones dicten nuestra conducta es comportarnos como bebés, no como adultos.

A propósito de la schadenfreude, una línea de Evelyn Waugh en Retorno a Brideshead es muy pertinente. El desquiciado padre de Charles Ryder, el protagonista, recibe un invitado en su casa. El padre habla de alguien cuyo negocio se fue a pique y el invitado se ríe.

“¿Estima usted que su desgracia es motivo de risa?”, le pregunta el padre de Charles.

Es una escena divertida, a la que Waugh quizá no pensó en darle el mismo peso que a otros momentos de esta novela sobre decisiones morales. Pero siempre la recuerdo. Considerar la miseria de otra persona como algo que da risa, regocijo o satisfacción. Eso es ser mezquino. Es inmoral. Peor aún, puede que algún día el desafortunado seas tú 

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