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Ser mediterráneo en medio de un apagón

Pese a que cientos de personas se quedaron atrapadas durante horas en trenes que se detuvieron en la mitad de la nada, el ambiente que reinó fue de paciencia y camaradería.

hace 8 horas
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  • Ser mediterráneo en medio de un apagón

Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com

La fragilidad sobre la que se construye la actividad humana quedó expuesta esta semana durante las horas que duró el ya famoso apagón en España. Tras la sorpresa y la incertidumbre que produjo el desconecte, salió a flote eso que pueblos enteros llevan practicando durante siglos y que se conoce como el espíritu mediterráneo.

La repentina ausencia de electricidad, que dejó sin luz e internet al país, que paralizó el transporte y la actividad laboral, se convirtió en un inesperado experimento sociológico al que cada ciudadano llegó con su propio bagaje emocional. Frente al sentimiento de vulnerabilidad general cada quien se aproximó con sus miedos, sus rabias, su inocencia o su alegría. Pero lo curioso es que a medida que pasaba el tiempo y las dificultades crecían las reacciones que se iban viendo mostraban un civismo muy singular.

Pese a lo caótico del día, la gente convirtió una situación precaria en un rato de disfrute. Las calles se llenaron de peatones que más parecían disfrutar de una tarde de paseo que del afán de regresar a sus casas. El terraceo, ese plan de sentarse en la calle a tomar algo y conversar con los amigos se multiplicó. Y las plazas confirmaron el papel que han tenido durante siglos como lugar de encuentro. Gentes de todas las edades se dieron cita de manera espontánea para jugar a las cartas, arremolinarse alrededor de una radio de pilas, recordar juegos de la infancia y sobre todo, hablar.

Son muchos los que a lo largo de la historia han teorizado sobre el hombre mediterráneo, su predilección por la vida al aire libre, su goce del paisaje, su imprevisión. Albert Camus convirtió su obra literaria en una búsqueda de esa mediterraneidad. Tal vez por sus raíces francesas, argelinas y españolas reflexionó bastante sobre ese espíritu mediterráneo que asociaba al gusto por la vida, el ingenio, la generosidad y la frugalidad, sin omitir su estado natural de tensión.

Lo vivido el lunes pasado fue una muestra de todo eso. Pese a que cientos de personas se quedaron atrapadas durante horas en trenes que se detuvieron en la mitad de la nada, el ambiente que reinó fue de paciencia y camaradería. Aunque los semáforos no funcionaban en las calles, los automovilistas y los viandantes supieron compartir el espacio sin que hubiera accidentes. Frente al reto de volver a la casa sin que el metro funcionara, los compañeros de oficina cedieron su bicicleta al que vivía más lejos o perfectos desconocidos acercaron en su carro a quienes iban a los distintos barrios de las afueras. Y como si se tratara de otros tiempos, en muchos bares y restaurantes se sirvió lo que había con la confianza del “me pagas mañana” frente a la imposibilidad de usar los datáfonos.

Por supuesto que las cosas no fueron fáciles y que hubo toda clase de problemas y tropiezos. Quedaron expuestas muchas dependencias y también muchas carencias. Pero por encima de todo, me quedo con “la dicha de ser” que vi en las calles.

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