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Ser alcalde:
dignidad o simple empleo
Por Luis Fernando Álvarez Jaramillo - lfalvarezj@gmail.com
No se trata de un manejo peyorativo de la relación laboral, como tampoco, de restarle importancia social a cualquier tipo de labor desarrollada en forma dependiente o autónoma, de manera formal o informal. Se trata, como decían los antiguos, de resaltar el ejercicio de aquellos cargos superiores en la escala jerárquica de sector público, incluso del mundo privado.
Una de las características de la democracia, es permitir el acceso a las diferentes cargos y funciones, a cualquier ciudadano, sin importar su raza, sexo, religión y nivel social, pero la democracia, como cualquier estructura civilizada, debe exigir unos mínimos, considerados necesarios, para el ejercicio de cierta función o actividad. Esta es la razón por la cual todos los cargos, especialmente los que se ejercen en el sector público, deben ser ocupados por personas que reúnan ciertas calidades personales y profesionales, quienes además no deben estar incursos en causales que los inhabiliten para su ejercicio, que supongan la existencia de incompatibilidades o de conflictos de interés, todo ello con el fin de darle transparencia el ejercicio de la función pública.
Esas exigencias del gobierno democrático, la necesidad de que la polis fuera dirigida por espíritus superiores, hizo que los más altos cargos del estado fueron considerados, no como simples puestos de trabajo, sino como dignidades, por cuanto solo podían ser ejercidos por quienes personal, moral y socialmente mostrarán a través de su trayectoria y realizaciones, que, no solo eran capaces, sino dignos, es decir, “superiores” para ese tipo de ejercicio. Ser presidente de la República, gobernador, alcalde, ministro, magistrado de alta corte, procurador general o contralor general, para mencionar algunos casos, no significa simplemente conseguir un puesto o cargo, es algo que se vincula con el sentido de la dignidad, que sólo se alcanza por quien tiene una expresión personal superior y diferente a la del común de la gente, pero que es capaz de llegar a toda la población, gracias a los frutos de su especial expresión como representante de la ciudadanía.
Ejercer una dignidad es estar más allá de los intereses subjetivos y personales. Quien ejerce una alta dignidad debe tener el carácter del digno, tener la prudencia del sabio, desarrollar capacitad para aglutinar, dar ejemplo de equidad, tolerancia y ecuanimidad. La república nace y se desarrolla por la dignidad de sus líderes, no por su capacidad para generar enemigos, ni para crear conflictos. El hombre digno, gobierna para todos, para la unión y el desarrollo común. El que gobierna como un simple empleado, normalmente carece de capacidad de liderazgo, de cohesión, de unión, de tolerancia. Los recientes comportamientos de algunos alcaldes y candidatos, enseñan la diferencia entre quien alcanza la alcaldía como un empleo más, de aquellos que hicieron de la administración y gobierno de la ciudad, el ejercicio de una alta dignidad. Cuanto extrañamos los alcaldes que con altura y ejemplo, supieron enseñar a propios y extraños, que ser alcalde no es un simple cargo, sino una alta dignidad.