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Lo suficiente es suficiente

Tras una vida plena sin salir de allí, el anciano llega a la conclusión de que cuando las necesidades básicas están satisfechas no se puede ser más feliz, ni aunque se multipliquen las riquezas.

16 de marzo de 2024
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  • Lo suficiente es suficiente
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Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

La mamá siempre decía que la maleta de su Renault 4 rojo era insuperable. Hasta que tuvo trillizos, claro. Mientras fueron bebés logró acomodarlos dentro de una canasta que compró en la Placita de Flórez y era del mismo tamaño de la maleta. Mi hermano mayor y yo nos minimizábamos en un rinconcito para entretenerlos. Así nos trasportamos durante un tiempo. Cada vez que parábamos en un semáforo la gente nos señalaba y se reía. Luego empezamos a crecer y a acumular cosas y a estrecharnos. Desde eso, la eterna búsqueda de la mamá fue un carro que tuviera una maleta más grande. Ensayó varios, pero en todos ocurría lo mismo: al principio cabíamos, luego crecíamos más y cargábamos más cosas: libros, mochilas, balones, carteleras, maquetas, patines y entonces dejábamos de caber. Al final, la mamá entendió dónde estaba la trampa: podría haber comprado un camión y tampoco habría sido suficiente porque, no importa cuánto tengamos, los seres humanos tenemos la terrible costumbre de necesitar siempre más cosas y, por ende, más espacio para acomodarlas.

Una vez leí que cuando el gran pensador Denis Diderot se arruinó, la emperatriz Catalina II de Rusia le ayudó comprándole todos sus libros y nombrándolo bibliotecario de ellos a cambio de un sueldo. Al verse con dinero lo primero que hizo fue cambiar su vieja bata. La nueva resultó tan elegante que, por contraste, empezó a ver feas y pobres todas sus demás posesiones, incluida la casa en la que otrora había sido tan feliz. Empeñado en remodelarla y decorarla volvió a arruinarse, fue entonces cuando hizo la siguiente reflexión: “Era el amo absoluto de mi antigua bata y ahora soy esclavo de la nueva”. Ya ven, Diderot pudo ser tan brillante como para haber reunido todo el conocimiento de la época y editarlo en la Encyclopédie; pero tan humano como para no haberse conformado con una bata nueva y un sueldo.

Hay una novela de Antonio Tocornal que me fascina. Se llama Bajamares y es protagonizada por un farero que lleva una existencia absolutamente rudimentaria y acomodada en una isla desierta. Tras una vida plena sin salir de allí, el anciano llega a la conclusión de que cuando las necesidades básicas están satisfechas no se puede ser más feliz, ni aunque se multipliquen las riquezas. Esto debería explicar por qué hay tanto millonario triste y amargado. Todo indica que la cuestión es dejar de desear más y comenzar a necesitar menos.

Cuentan que una vez los escritores Kurt Vonnegut y Joseph Heller fueron invitados a una fiesta en la mansión de un magnate. Heller acababa de publicar Trampa 22 y Vonnegut bromeó con que, seguramente, el dueño de la casa había producido la semana anterior más dinero del que él recaudaría el resto de la vida con su libro, a lo que Heller contestó que no importaba, que a fin de cuentas, él tenía algo que el magnate jamás podría tener. “¿Qué es?”, preguntó Vonnegut. “Suficiente”, respondió Heller.

Que no tengamos un carro grande, ni una bata nueva, ni lujos que excedan lo básico, no significa nada. Que no ganemos en una semana lo que ganaba el dueño de aquella mansión, tampoco. Pero que poseamos lo anterior y no sea suficiente significa, en cambio, que tenemos un problema y lo más seguro es que lleve nuestro nombre. Somos los autores de nuestra propia insatisfacción. Lo dijo mejor Epicuro: “Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”.

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