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La risa

No puedes poner alegre a la gente simplemente por estar tú alegre. Tiene que ser tú mismo quien engendre su propia alegría: es o no es.

27 de octubre de 2024
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  • La risa

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Varios señores me han dicho después de asistir a alguno de mis eventos literarios que donde me siga riendo tanto, nadie me va a tomar en serio como escritora. Por supuesto, me les reí en la cara. Y no propiamente porque el comentario sea chistoso, —que lo es— sino porque yo debo tener un cable trocado que hace que todos mis sentimientos se manifiesten pelando los dientes. Así es: me río cuando estoy nerviosa, cuando tengo miedo, cuando me da vergüenza, incluso, cuando estoy triste. Desde niña ha sido mi mejor estrategia para embolatar las penas, cosa que la neurocientífica Nazareth Castellanos confirmó hace poco: «Activar los músculos de la sonrisa engaña a tu cerebro y le envía señales de felicidad».

A menudo me río dormida y me despiertan mis propias carcajadas. Tengo la capacidad de reír y llorar al mismo tiempo. Las monjas del colegio vivían expulsándome de misa y las profesoras de clase porque, no contenta con reírme por todo, me reía muy duro y terminaba contagiando a mis compañeras. Mírenme bien, me delatan mis patas de gallina. Por eso, me quedé fría cuando leí hace poco que los niños hasta los nueve años se ríen en promedio trescientas veces al día, luego la cifra empieza a disminuir hasta promediar tan sólo diecisiete. Yo sé que ser adulto es terrible, pero es que diecisiete risas por día —en el mejor de los casos—, son tan poquitas que hasta a mí me dan ganas de llorar.

Además de reírme, suelo también fijarme en la forma de reír de la gente y me he dado cuenta de que la risa es tan única como la huella dactilar. En su novela Fractura, Andrés Neuman escribió acerca de ello: «Siempre he pensado que la gente se ríe como es. Que podemos fingir una mirada, impostar la voz, controlar nuestros movimientos. Pero es muy difícil reírse de otra manera. Conozco risas igual de nerviosas que sus dueños. Risas de boca cerrada, que ocultan más de lo que muestran. Risas estridentes, desesperadas por llamar la atención. Algunas extrañamente largas, que no quieren terminar, como si estuvieran huyendo del dolor. Otras que van subiendo poco a poco, porque necesitan entrar en confianza». Henry Miller por su parte, no aboga tanto por la risa, sino por la alegría, en Sexus escribió: «La risa es momentánea, pero la alegría es una especie de hemorragia extática, un tipo de supercontento vergonzoso que se derrama por cada poro de tu ser. No puedes poner alegre a la gente simplemente por estar tú alegre. Tiene que ser tú mismo quien engendre su propia alegría: es o no es. Estar alegre es ser un loco en un mundo de fantasmas tristes».

Al igual que Miller también creo que es responsabilidad de cada uno buscar la alegría, pero no se me ocurre una mejor forma de expresarla que a través de la risa, por eso seguiré riéndome aunque me llene de arrugas, aunque tenga que lidiar con fantasmas tristes y con señores carifruncidos. Para estos últimos sólo un comentario: menos serio que reír, es opinar sobre el trabajo de alguien a quien ni siquiera has leído.

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