Pico y Placa Medellín
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Ardamos como si no hubiera un mañana. Ardamos de asombro y de curiosidad. Ardamos hoy porque quizá Cocteau tiene razón y este instante, justo este instante, es lo único que tenemos. Lo demás son recuerdos de un pasado jugando al escondite dentro de tu cabeza.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Irse de vacaciones hasta el penúltimo lugar del mundo. Conversar con la María Mulata cuando llega volando hasta la baranda a pedir un sobradito de arepa. Hacer sancocho en leña. Acostarse por la noche sobre la arena a admirar el cielo y ver tantas estrellas fugaces que se acaban los deseos. Leer el día entero echada en una hamaca y repetir el acto al día siguiente y al siguiente del siguiente mientras te preguntas si se acabarán primero los días o los libros. Coger piedras de colores y creer que son preciosas, sólo porque a ti te deslumbra la simplicidad de su belleza. El celular sólo sirve para saber la hora pero aquí saber la hora no sirve para nada. Sembrar palmeras y uvitos de playa para que algún día te recompensen con su sombra. Conocer un árbol con más garzas que hojas. Hablarle a los pavos y que te contesten de vuelta. Enamorarse de otra perra y decidir adoptarla. Quedar con dolor en la nunca de alzar el cuello buscando osos perezosos. Montar en un burro llamado Romeo y aprender el lenguaje de sus orejas. Caminar una vez por semana al pueblo para buscar una rayita de señal y avisar que nuestra desaparición no se debe a que estamos muertos ni de parranda, sino tan solo desconectados y, quizá por eso, más vivos que nunca.
«El mundo nos hiere, nos persigue, nos envilece», decía Gaitán Durán. Yo creo que nos convertimos en adultos cuando nos damos cuenta de que la vida no es más que una sucesión de desencantos, pero sólo nos convertimos en humanos cuando aprendemos a gozar con lo pequeño y lo cotidiano. Eso es lo único que nos salva. Nadie puede asombrarse por nosotros, somos los únicos responsables de disfrutar lo que tenemos alrededor, tan cerca, pero tan cerca que la mayoría de las veces ni siquiera lo notamos. Cuando a Jean Cocteau se le quemó la casa escribió: «Sólo podía salvar una cosa. Decidí salvar el fuego. No tengo dónde vivir pero el fuego vive en mí. Y me defiende discretamente de todo lo impuro. Mi futuro ya no es importante. Sólo cuenta la intensidad del instante».
La otra noche vi caer al mar un meteorito grande y luminoso y pensé en lo mucho que se parece a nosotros. Creemos tener la vida concertada con los fantasmas de un futuro que no existe, pero no somos más que meteoritos viajando a toda velocidad sin rumbo ni control, sin saber cuándo o contra qué nos vamos a apagar. Por eso ardamos como si fuéramos lenguas de fuego. Ardamos como si no hubiera un mañana. Ardamos de asombro y de curiosidad. Ardamos hoy porque quizá Cocteau tiene razón y este instante, justo este instante, es lo único que tenemos. Lo demás son recuerdos de un pasado jugando al escondite dentro de tu cabeza. Lo demás es el futuro riéndose de tus sueños, de tus planes y de la ingenuidad con la que crees que vas a lograrlos. Respóndele con la misma moneda, sólo asegúrate de reír más fuerte, de reír mejor y, sobre todo, de reír en este preciso instante.