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El dolor

El dolor es un polo a tierra, te reconecta con lo básico, te recuerda que no todo es ascenso, que también hay caídas.

hace 8 horas
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  • El dolor

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Hace menos de un año pedí una cita médica para que me revisaran un talón y cuando el doctor intentó mirar mi historia clínica se encontró con algo inquietante: estaba vacía. «Tiene sentido —le dije— es la primera vez que consulto». Y eso que el talón llevaba más de diez años atormentándome. A mi favor diré que casi nunca me enfermo y cuando lo hago llamo a mi hermano que es médico. Pero, incluso antes de llamarlo tiendo a padecer en silencio hasta estar segura de no molestarlo con bobadas. No es del todo mi culpa. Mis hermanos y yo fuimos criados a punto de no-piense-en-eso. Si el no-piense-en-eso no funcionaba entonces la mamá nos daba un Dolex. Y si el dolor persistía entonces nos daba dos. Y eso que la mamá es enfermera. Como consecuencia de lo anterior, todos en casa tenemos una tolerancia al dolor muy por encima del promedio.

Todo ese contexto para que calculen el grado de dolor que he sentido durante las últimas semanas por cuenta de las complicaciones en el talón. Sin embargo, me niego a derrotarme, a hundirme en mi infortunio. Necesito encontrarle un sentido, quiero saber qué vino a enseñarme. Tanto sufrimiento no puede ser gratuito.

En sus diarios, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, que fue un hombre extremadamente enfermo, escribió: «El dolor físico es el gran regulador de nuestras pasiones y ambiciones. Su presencia neutraliza de inmediato todo otro deseo que no sea la desaparición de ese dolor». No puedo estar más de acuerdo. De repente dejas de exigirle a la vida, olvidas tus grandes ambiciones, te sientes conforme con cosas tan sencillas como dormir, comer, respirar. Últimamente observo los pies de todos los que vienen a visitarme y solo pienso en lo afortunados que son por poder caminar. Y lo peor es que ni siquiera son conscientes de ello.

El dolor es un polo a tierra, te reconecta con lo básico, te recuerda que no todo es ascenso, que también hay caídas. Sabes con quién cuentas cuando miras alrededor y compruebas quién está al pie de tu cama, quién ayudándote a levantar a ti, que no dejabas que nadie te ayudara nunca, que hacías hasta lo imposible por no tener que pedir favores, que pensabas que pedir ayuda reñía con una independencia ferozmente construida para demostrarle a mundo (o a ti misma) que eras invencible, que eras suficiente. Pues no, resulta que nadie es invencible ni suficiente. Necesitamos los unos de los otros. Sin los demás la vida carece de sentido, lástima que hayas tenido que aguantar horrores de dolor para entenderlo.

Desde hace días intento convencerme de algo: yo no le pertenezco al dolor; el dolor me pertenece a mí, no voy a permitir que me supere. No maldeciré estos meses de dolor sino que agradeceré por una vida entera de salud. Ribeyro, que era experto en enfermarse y aliviarse sólo para volverse a enfermar y a aliviar, advirtió: «sólo cuando se va el dolor nos volvemos exigentes y empezamos a encontrarle peros a la vida», si aquello llegara a ocurrirme siempre podré volver a leer esta columna.

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