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El pasado ocho de febrero fue instalalada por la señora vicepresidenta de la República (quien casi no lee su deshilvanado discurso) la nueva “Misión de Sabios”, que se ha puesto en marcha gracias a la iniciativa del presidente Duque quien, mediante el Decreto 1714 de 2018, le confió dicho encargo a la dama; ello tuvo lugar, en medio de un deslucido e imprevisto protocolo, en las instalaciones del Jardín Botánico “José Celestimno Mutis”. Ese colectivo está conformado por cuarenta y tres personas o “mentes prodigiosas”, según las llamó el primer mandatario, quienes –según se dijo–, fueron seleccionadas por Colciencias, la Vicepresidencia y el Colegio Máximo de las Academias.
Al efecto, se les dividió en ocho grupos llamados a ocuparse de áreas específicas: ciencias sociales, desarrollo humano y equidad; ciencias de la vida y la salud; biotecnología, bioeconomía y medio ambiente; océano y recursos hidrobiológicos; ciencias básicas y del espacio; energía sostenible; tecnologías convergentes –nano, bio, info y cogno– industrias 4.0, e industrias creativas y culturales. Para el cumplimiento de su tarea contarán con el apoyo de algunas universidades seleccionadas al efecto y tienen la muy difícil tarea de echar, durante los próximos diez meses, las bases de una política pública nacional sobre ciencia, educación, tecnología e innovación, para los próximos 25 años.
Por supuesto, cuando se examinan las hojas de vida de los seleccionados y se miran su procedencia y profesiones, se concluye que algunas son de gran nivel por tratarse de importantes científicos y es acertada su convocatoria; sin embargo, como buenos colombianos (¡y aquí no podía faltar la lagartería bogotana, que presidió todo el acto de instalación!) se observa que allí se colaron plurales especímenes de lacertilios de los dos sexos, quienes andan felices con el verde pomposo del escudo con el cual fueron condecorados y a los que la palabra “sabio”, puesta en él de manera muy destacada, les ayuda sobremanera en su proceso de mimetizaje.
Desde luego, un número de bendecidos tan elevado y ubicados en distantes lugares del globo terráqueo (trece de ellos son extranjeros) hace presagiar que no se lograrán muchos acuerdos y los frutos del trabajo no serán de fácil cosecha. Además, fuera de evidentes improvisaciones, llama la atención el manifiesto olvido observado a la hora de hacer el escrutinio porque apenas once de los ungidos pertenecen a lo que Wilhelm Dilthey llamó como las “ciencias del espiritu”, cuando en su monumental libro de 1883 sistematizó un distingo del cual parte la teoría de la ciencia moderna, entre ciencias del ser (exactas) y del deber ser.
Es incomprensible, entonces, que en ese conglomerado de intelectuales no aparezcan sociólogos, juristas, antropólogos, periodistas (ni siquiera uno de esos servidores del saber, que abundan en nuestro medio, quienes siembran opinión de forma responsable), antropólogos, politólogos, novelistas, poetas (siempre necesarios cuando se trata de llenar los diseños de plasticidad y sueños de futuro), pintores, escultores, astrónomos, etc. A fuerza de bregas, distinguieron a una persona que dice ser versada en filosofía y en literatura; también escogieron a un historiador, un educador, tres economistas, dos expertos en arte y un músico. Eso sí, fueron pródigos con siete biólogos, nueve ingenieros, tres médicos (y un experto en salud pública), tres físicos, tres especialistas en ciencias naturales y hasta dos químicos.
Así las cosas, para los seleccionadores los cultores de las ciencias sociales tienen muy poco –por no decir nada– para aportarle al país; máxime ahora que, se pretexta, se va a diseñar la Colombia del futuro de cara a los doscientos años de la llamada independencia. En fin, solo resta esperar a que este ejercicio genere algún dividendo y el presidente –quien busca acertar– pueda jalonar un urgente cambio en las políticas que inspiran tan difícil sector y, de forma desconsiderada, no suceda igual que con el importante informe rendido en 1996 por la Comisión de 1993 que terminó refundido en los fríos anaqueles.