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Esta situación cambió a partir de 2022. El actual gobierno cuestiona la legitimidad de todo lo que se haya hecho con anterioridad a esa fecha.
Por Rodrigo Botero Montoya - opinion@elcolombiano.com.co
La política exterior de una nación seria debe reflejar, además de sus propios valores, la defensa de sus intereses de largo plazo. Se entiende por intereses de largo plazo temas alrededor de los cuales existe un amplio consenso que representan una constante histórica.
Lord Palmerston, estadista británico del siglo XIX, describía las directrices de su política internacional de la siguiente manera: ‘Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra solo tiene intereses permanentes.’ Ese planteamiento revelaba las prioridades de una potencia comercial y marítima que se proponía mantener el equilibrio de poder en Europa.
Talleyrand, quien después de las guerras napoleónicas, defendía los intereses de Francia en condiciones de relativa debilidad, les recomendaba a sus diplomáticos moderar el entusiasmo; es decir, evitar dejarse obnubilar por las emociones.
Lo que se desprende de estas citas es que los intereses permanentes de una nación deben defenderse con cierta frialdad, con sobriedad, mesura, constancia y profesionalismo. Dicho en forma coloquial, un gobierno serio no maneja su política exterior a la bulla de los cocos, improvisando.
Un modelo que no conviene imitar es el del líder carismático de una nación vecina que, al impulso de su estado de ánimo, expulsaba embajadores, se retiraba de acuerdos internacionales, cerraba los flujos comerciales y enviaba por televisión tanques a la frontera. El estilo diplomático tropical le permitió cosechar aplausos de sus seguidores, pero le causó grandes perjuicios a su país.
Los intereses permanentes o de largo plazo responden a factores objetivos que no dependen de las simpatías o el sesgo ideológico del gobernante de turno. Son, en cierta forma, limitantes a la discrecionalidad gubernamental y un freno a la arbitrariedad.
Así, por ejemplo, la soberanía colombiana sobre el Archipiélago de San Andrés y Providencia es un interés nacional permanente. La ubicación de Colombia en la órbita de las democracias occidentales es otro. Corresponde a realidades geográficas, económicas, históricas y geopolíticas.
Ahora bien, hasta hace dos años no había sido necesario hacer explícitos esos intereses porque se daban por sentados. Gobiernos de distinta afiliación partidista los mantenían presentes como parte de la tradición diplomática del país.
Esta situación cambió a partir de 2022. El actual gobierno cuestiona la legitimidad de todo lo que se haya hecho con anterioridad a esa fecha. El presidente Petro tiene un estilo gerencial peculiar y un sesgo ideológico poco compatible con la democracia liberal y la economía de mercado. En lo que se refiere a la política internacional, parece inclinarse hacia el estilo de su mentor y amigo Hugo Chávez. Ha nombrado en el Ministerio de Relaciones Exteriores a personas inexpertas. Lamenta la caída del Muro de Berlín y la vigencia del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Toma decisiones diplomáticas importantes por medio de trinos.
A partir del 2026 se va a requerir asignarle prioridad al manejo de la política exterior.