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Recibió pagana, no cristiana sepultura. En lugar de homilía hubo animadas tertulias la tarde del sábado 9 de noviembre cuando murió por exceso de vida. La conversación fue la mejor forma de decirle adiós a Juan Cristóbal Mejía, Juancé.
A los 78 años se volvió eternidad un señor íntegro (“los Mejía Valderrama somos impolutos”), recio, talentoso, franco, divertido, sabio, perverso, escéptico, polémico.
“Es muy duro no tener con quién pelear, argumentar o simplemente especular.... Nada que me guste más que una buena discusión, con argumentos de parte y parte...”, había dicho en algún correo enviado a su red de afectos.
El hombre que se la jugó por la paz, quería partir calladamente. Dejó instrucciones: “No quiero ningún tipo de ceremonia ni religiosa ni laica”.
El Crucifijo que presidía la sala de velación en Jardines de Paz desapareció discretamente.
La prohibición de no hacer ruido por su partida fue ligeramente ignorada por familiares y amigos. Su hijo Juan Sebastián introdujo el desorden.
También desobedeció Esteban Carlos, su “terrible” hermano menor, quien reveló que a los 20 años el mayorazgo de la tribu se declaró “intelectual incomprendido”.
Presidió la velación un cofre con las cenizas de Juancé, quien acabó pareciéndose a su pariente el poeta Epifanio Mejía. La cremación fue otra petición de “Radioviejo”, chapa que le colgaron sus amigos de la tertulia La Alcancía, porque su voz salía como por entre un tubo.
“Eulalia, Juan Sebastián (hijos) y Ana Teresa deberán decidir dónde se guardan o se esparcen mis cenizas”, dispuso.
Ana Teresa, su esposa, recibió catarata de aplausos por su entrega de todos los semestres al hombre que amaba la Colonia 4711 y disfrutaba de la gran filósofa argentina, Mafalda.
Hubo evocación de sus grandes camaradas: Armando Falla, Luis Echeverría, Fernando Maya, Darío Restrepo Villa, José Escobar.
Juancé ejerció como liberal cuando no daba pena confesar filiaciones. De la mano de Jorge Valencia Jaramillo ingresó al llerismo. Recibió un directorio, entregó tres, decía con perversa ironía, otra especialidad de la casa.
El expresidente Lleras Restrepo, Otto Morales, Luis Carlos Galán, Augusto Espinosa, Jorge Pérez Romero, cenaron en su casa. No se habló precisamente de fútbol, bromeó Juancé, en un correo pulcramente redactado. Nunca se permitió una coma mal puesta.
En su correspondencia digital coqueteaba con la nostalgia y la muerte: “... causa tristeza dejar tantas cosas bellas, especialmente porque no habrá recuerdos después de fallecer, y en mi caso, esa será la verdadera muerte”.
En los últimos años hizo suyo este verso del poeta alemán Heinrich Heine: “Ahora soy viejo y alocado”. Se gozó - y padeció- su avanzada edad.
No hubo lágrimas por su muerte sino alegría por su vida.
En él se cumplió la admonición de Mark Twain: Vive de tal forma que lo lamente hasta el dueño de la funeraria. “Radioviejo” descansa en la paz que se ganó.