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Columnistas | PUBLICADO EL 31 diciembre 2022

Recuerdo y olvido

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

Año viejo y año nuevo. Y en este gozne del tiempo que son el 31 de diciembre y el primero de enero bien vale la pena hacer una reflexión.

Recuerdo y olvido. Entre estas dos opciones nos columpiamos. Cada instante que vivimos y cada cosa que aprendemos mueren en el olvido y reviven en el recuerdo. Lo bello y lo feo, lo alegre y lo triste, el amor y el odio... Todo está hecho para ser olvidado y para se recordado. Todo. Por eso lo vivido lo apretamos en el alma, con pasión, con ardor, como quien cierra el puño para no dejar escapar lo atrapado. De pronto abrimos la mano y vemos que allí ya no había nada, que habíamos estado agarrando aire.

De niños, cuando lográbamos coger un pájaro herido, un pichón caído del nido o, tal vez, cazado al vuelo; sorprender la mariposa que perseguíamos entre las flores o la chapola que revoloteaba en la noche entre las sombras, sentíamos allí, entre las manos ahuecadas, palpitantes, su ternura, su lucha para volver a volar. Entreabríamos los dedos para mirar, a riesgo de que se escapara nuestra presa. De pronto, un descuido y en las palmas de las manos rebrotaba, estremecida, la diminuta libertad que había sido nuestra prisionera. Esos son los recuerdos. Y eso, el olvido.

El olvido es el mejor remedio contra el egoísmo, contra el deseo de poseer. Y es el mejor antídoto contra la manía que tenemos de creernos diosecitos (“diosecitos cagados”, dice Fernando González), dueños de todo, de los demás, de las cosas, de las personas, de los sentimientos ajenos.

De los viejos amores imposibles nos redime el olvido. Y también de los rencores que nos queman el corazón, y de todas esas tontas amarguras con que nos persigue el pasado. Hasta de los males y dolores físicos que no nos curan drogas y medicinas nos alivia el olvido.

Por eso es higiénico y terapéutico de vez en cuando, mejor si a diario ya entrada la noche, pero siempre al terminar un año y empezar el nuevo, hacer una cura de olvido. La vida, que es muy sabia, nos cierra el día con la noche y, en la noche, el sueño, el dormir, la callada liturgia del olvido.

El periodista y poeta español Manuel Alcántara (1928-1919) escribió un soneto a la almohada que empieza: “La memoria es culpable, si se arrumba/ se le seca al dolor un afluente”. Y arrumbar, para que el lector no tenga que buscar en el diccionario, significa poner una cosa como inútil en un lugar retirado. Desechar, tirar al cuarto de San Alejo o “cuarto de reblujo” que decimos nosotros, y que es el rincón de los olvidos. Y también el rincón de los recuerdos.

Proclamo, pues, como inviolable el derecho a olvidar, junto con el derecho a equivocarnos, que es también sagrado. Existe esta medicina milagrosa que nos alivia del pasado y nos amengua la infelicidad de lo vivido: el olvido. Es cierto el verso de Alcántara, el poeta español citado arriba: “Lo mejor del recuerdo es el olvido”.

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