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Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
A mí, en septiembre, se me revive la muerte de Pablo Neruda. Fue un 27 de septiembre, trece días después de instalarse la dictadura de Augusto Pinochet en Chile en 1973. Un dolor (el de ese golpe y el de la muerte del poeta chileno) que sigue doliendo y un dolor que sigue vivo, inquietante, palpitante. Hay que evitar que Neruda caiga en el olvido del Continente (de Chile por supuesto antes que nada) o en el olvido del idioma que él honró e hizo eterno con sus versos.
Y me hago en esta noche, tras unas largas horas de silenciosa lectura de su poesía, esa pregunta: ¿se leen hoy los poemas de Neruda? Confieso que superadas ya las fiebres políticas e ideológicas que acompañaron los encuentros de juventud con el escritor chileno, uno tiene la sensación (o el sentimiento) de que Neruda cada vez está ausente. Es curioso. Por más esfuerzo que se haga hoy para recobrar su fragancia a través de sus poemas, hay un aroma recóndito en sus versos que se escapa. Como si América se hubiera hecho indigna de su poesía, de lo hondo de su poesía.
Es la sensación que se ha apoderado de mí en esta noche en que recordando la muerte de Neruda he regresado a sus poemas. Han sido varias horas de lectura incesante, a veces trémula, a veces embravecida contra los arrecifes y los sentimientos. ¡Qué bello volver a leer los poemas aprendidos de memoria, como si fueran nuevos, como pan recién salido del horno! ¡Qué hermosa experiencia la de una poesía que se lee, se susurra, se grita, se canta, se llora! Horas y horas perdido uno en el pozo, o perdido por entre las estrellas.
“¡Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor humano!/ ¡Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en la sombra!/ En la noche toda ella de astros fríos y errantes/ hago girar mis brazos como dos aspas locas”.
Y en el fondo de sus poemas, de sus versos, de sus imágenes, de sus palabras (entonces y hoy más que entonces) esta orfandad de América golpeando, hiriendo. Sentí casi como un remordimiento de querer convertir la poesía de Neruda en un refugio de endebles sentimentalismos, de amor prostituido. Me sentí absurdo leyendo a Neruda con mi ropaje de prejuicios, de romanticismos exportados.
Entonces me desnudé. Sólo abierto desnudamente a la noche de América, de esta América a la que hace 36 años se le fue su poeta, es posible oír el rumor recóndito de sus versos. Y comprender que la libertad de América sabe a poema de Neruda.
P.S. “La poesía ha perdido su vínculo con el lejano lector... Tiene que recobrarlo... Tiene que caminar en la oscuridad y encontrarse con el corazón del hombre, con los ojos de la mujer, con los desconocidos de las calles, de los que a cierta hora crepuscular, o en la plena noche estrellada, necesitan aunque sea no más que un solo verso... Esa visita a lo imprevisto vale todo lo andado, todo lo leído, todo lo aprendido”. (Pablo Neruda, Confieso que he vivido, pag .281)