viernes
0 y 6
0 y 6
Por juliana Mejía Peláez
julianamejiapelaez@yahoo.com
“Eso me da rabia con el Gobierno, ayudan a los que destruyen la vida de la gente, pero a uno, nada”, dice, en un reportaje reciente de Salud Hernández-Mora, la compañera de un soldado que lleva diez años en cama después de ser herido en combate. Esa no es solo la sensación de algunos miembros de la Fuerza Pública que quedaron en condición de discapacidad a raíz de su participación en el conflicto armado. Es también el sentir de los soldados y policías que hoy se encuentran privados de la libertad y de aquellos que han salido recientemente de la cárcel a raíz de la JEP.
El origen del sentir en ambos casos es el mismo: “¿por qué apoyan a los desmovilizados y a nosotros no?”.
El Estado y la sociedad hemos hecho esfuerzos –todavía insuficientes– para incluir a los excombatientes de las guerrillas y, en su momento, de las autodefensas, en la vida civil, pero pocas veces nos hemos hecho la pregunta de ¿qué pasa con aquellos integrantes de la Fuerza Pública que están o han estado presos por delitos cometidos en el marco del conflicto armado?
Hoy en día no hay ninguna entidad del Estado apoyándolos, como sí lo está tratando de hacer la Consejería Presidencial para la Estabilización y la Consolidación con los desmovilizados de las Farc. Tampoco desde la sociedad ni de comunidad internacional hay interés en el tema.
Solo en el Ejército estamos hablando de cerca de dos mil hombres que han salido de la cárcel gracias a la JEP y de mil más que aún permanecen privados de la libertad. Personas que, así como los desmovilizados, lo que saben hacer es manejar un arma.
Ellos también merecen que pongamos nuestros ojos en sus casos y les lleguemos con un mensaje de esperanza y reconciliación, que ayude a romper el círculo de rencor en el que muy seguramente están inmersos. Es también muy importante que les ayudemos a buscar una forma de vida estable y digna. No se debe olvidar que aquellos que han salido de la cárcel han pasado por una situación personal y familiar muy difícil y tienen, por sus antecedentes judiciales, muchas dificultades para encontrar trabajo.
La exclusión ha sido el mayor factor generador de violencia en la historia del mundo y este abandono y olvido al que estamos sometiendo a algunos miembros de la Fuerza Pública es, también, una forma de exclusión. Así como hemos avanzado en la reconciliación con aquellas personas que abandonaron las armas y se quedaron dentro de la legalidad, también lo debemos hacer con ellos. La paz se construye con todos los participantes del conflicto, no solo con algunos.