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Columnistas | PUBLICADO EL 21 enero 2022

Principios de propaganda...

Por Agostinho J. Almeida @Agos_Almeida

“El mejor soldado jamás ataca; el luchador superior triunfa sin violencia; el conquistador más grande vence sin combate; el director más eficaz dirige sin imponer. A eso se le llama ecuanimidad inteligente...” (del libro Tao Te Ching, la obra principal del taoísmo, una religión y filosofía asiática). Un amigo me envió este párrafo el otro día, cuando discutimos la importancia de ser honesto, usar datos para respaldar tus argumentos y el uso de un discurso sincero al comunicarte con los demás. Conversamos de que había una distancia larga entre ser brutalmente honesto o ser muy amable, pero sin decir nada. Por un lado, la honestidad, aunque se base en datos y argumentos, sin inteligencia emocional y sin el tono adecuado, puede interpretarse como ofensiva. Por otro lado, puede llegar a un punto en el que las personas presten más atención a cómo expresan su opinión que al mensaje en sí. Como de costumbre, un equilibrio entre ambos escenarios suele ser la mejor opción (más fácil decirlo que hacerlo, pero clave para una conversación exitosa).

Sin embargo, ese párrafo me puso a reflexionar sobre la responsabilidad que uno tiene al usar el poder o estar en posiciones de poder y cómo eso podría ser una herramienta influyente y, cuando usada de manera incorrecta, peligrosa para comunicar e implantar mensajes en la mente de las personas. Como mencioné en artículos anteriores, el ambiente político existente en Colombia —al igual que en muchos otros países— ha entrado en una peligrosa “temporada tonta” (del inglés “silly season”). Y en este caso “temporada tonta” es un eufemismo de dimensiones obscenas. Los mensajes son manipulados y adaptados a la audiencia, considerando las diferencias sociales y demográficas y tratando de superar con demasiada sencillez temas que son complejos y requieren reflexión y conversación. Hay claras intenciones de influir y silenciar noticias positivas sobre los rivales u omitir noticias adversas sobre uno mismo. Se intenta que la gente crea que las ideas que difundir gozan del consenso de toda la población. Los errores se ocultan o se explotan si los comete el adversario. Estos son solo algunos ejemplos de lo que hemos ido presenciando; y las llamadas pruebas y argumentos van y vienen como si nada, siendo interpretados según agenda propia. ¿Y realmente podemos confiar en los datos que se muestran? Por cierto, todos estos ejemplos están enumerados en los once principios de propaganda de Joseph Goebbels, ministro clave y estrella del régimen nazi... da para pensar, ¿no?

Es un momento muy complejo, la ciudad, el país y el mundo están en un punto de ruptura. Como ciudadanos, muchos de nosotros hemos llegado a un punto en el que dudamos de lo que leemos y escuchamos, pero tenemos el deber de tomar decisiones en las elecciones que influirán el futuro de ciudades y naciones. Aunque reiterativo, es de suma importancia que los políticos, partidos, líderes e influenciadores tengan en cuenta sus responsabilidades ante declaraciones y estrategias de marketing y comunicación. De no hacerlo, nos arriesgamos a escalar aún más las discusiones actuales y perder de vista lo importante: la posibilidad de un presente que permita construir un mejor futuro 

Agostinho J. Almeida

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