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Prejuicios

Conocer siempre trae más ventajas que ignorar, eso lo he aprendido en los libros, pero, sobre todo, mirando al otro, hablando con él, escuchándolo, comprendiendo por qué él es así y por qué yo soy como soy.

21 de julio de 2023
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  • Prejuicios

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

La vida de uno cambia en la medida que conoce la vida del otro, y ese “otro” lo pongo del tamaño del vecino que aparentemente es como uno, pero lo pongo también del tamaño de aquel que nunca hemos visto porque vive al otro lado del planeta. Conocer siempre trae más ventajas que ignorar, eso lo he aprendido en los libros, pero, sobre todo, mirando al otro, hablando con él, escuchándolo, comprendiendo por qué él es así y por qué yo soy como soy.

Si supiéramos quién es el otro, si hiciéramos el esfuerzo de suponer otras vidas y de meternos así sea por pequeños instantes en ellas, seguramente las cosas serían un poquito distintas. Mi madre, que es voluntaria en un hospital, aunque en realidad es una voluntaria de tiempo completo, me contó un día una historia que para mí no ha dejado de ser una solución universal.

Una vez, en el hospital había una mujer de la calle que asustaba tanto a médicos como a enfermeras, no solo por su aspecto sino por su actitud agresiva. Todos la evitaban, o, en el peor de los casos, la trataban como ella los trataba, así creían que se protegían. En esas llegó mi madre y una enfermera le advirtió que evitara a esa mujer. Mi madre ignoró la indicación y se le acercó, lo único que hizo fue preguntarle con cariño ‘¿por qué estás tan brava?’, mientras la abrazaba. La mujer se desarmó, dejó de gritar. “Usted es la primera persona en mi vida que tiene una muestra de cariño conmigo”, dijo aquella mujer y se puso a llorar. Mi madre descubrió que ella solo quería que la escucharan, que la trataran bien, como a todos nos gusta que nos traten, y que la dejaran ver, así fuera un momentico, a sus dos hijitos recién nacidos que estaban en cuidados intensivos. Nada imposible. Apenas logró eso, la mujer se tranquilizó y se marchó.

Uno de mis sueños ha sido que en las escuelas o colegios exista una actividad que se llame ‘Mi otra familia’. La idea es que en una bolsa gigante se echen papelitos de todas las familias que puedan existir: familias de campesinos, indígenas, homoparentales, ricas, pobres, blancas, negras, musulmanas, judías, de aquí y de allá, de todo tipo. La idea es que al menos por un semestre el estudiante viva con esa familia, adquiera sus rutinas y aprenda todo lo que pueda de un mundo evidentemente distinto al suyo. Sin embargo, ya veo a un montón de padres rasgándose las vestiduras porque dejar a sus pequeños con extraños les debe parecer peligrosísimo. Por lo general, los prejuicios de los adultos terminan por arruinarlo todo.

Tratar de entender lo que los otros viven, sienten y piensan, dejar de creernos tan inmodificables, tan firmes en nuestras creencias, nos haría mucho bien en este mundo. Siempre he creído que si alguien, antes de disparar un arma, conversa con quien pretende asesinar, el destino podría ser diferente; pero hablar es difícil, escuchar lo es más, por eso a muchos les resulta más cómodo apaciguar el demonio de sus culpas y cultivar prejuicios.

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