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Columnistas | PUBLICADO EL 10 marzo 2023

Porky Vallejo

Yo siento que Vallejo perdió la capacidad de imaginar y uno lo lee como si fuera un programa de televisión, pero la culpa no es de él, es de este país que se anda robando lo bueno que nos quedaba y nos pone a repetir las mismas pendejadas.

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Hay autores que uno deja de leer, porque sí, o porque uno siente que se agotaron, porque ya dijeron lo que tenían que decir, y uno lo agradecerá eternamente. A mí me pasó eso con Fernando Vallejo, lo leí con juicio y devoción hasta Mi hermano el alcalde, y aún sigo recomendando sus primeras cinco novelas, que se recopilaron en 1999 bajo ese título tan bonito: El río del tiempo.

Sin embargo, Vallejo empezó a publicar unas cosas que ya no me decían nada nuevo, ni siquiera me incomodaban en el sentido de ponerme a pensar diferente, ni me hacían pasar un buen rato, ni nada. Daba lo mismo si uno lo escuchaba hablar en una entrevista o en una de sus monótonas conferencias o en las columnas que publicó por ahí hasta que lo sacaron porque su lengua desmedida ya no era crítica sino irresponsable, y seguramente eso era lo que él quería lograr, porque Vallejo siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, y eso es admirable.

Entonces, así como uno decide apagar los noticieros de este país para no quejarse de lo mal que informan, pues yo decidí “apagar” a Vallejo de mi vida, al fin y al cabo hay tanto por leer; la cosa era que cuando Vallejo publicaba algo nuevo, yo hojeaba su libro con la esperanza de encontrar un Vallejo distinto, lastimosamente siempre me tropezaba con algún párrafo que me decía: no puede ser, más de lo mismo, la misma perorata contra la Iglesia, contra la ciencia, contra estos políticos de este país que dan grima y se prestan para la burla.

Pero como los caminos en el mundo de los libros siempre son torcidos y uno tiene sus mañas, y uno también decide gastarse el tiempo en bobadas, ante la nueva obra de Vallejo, La conjura contra Porky, decidí no hojearla sino leerla, completa, a ver qué decía, a pesar de que la portada del libro provoca tan poco. Confieso lo siguiente: en un principio quise leerla como una novela, pero luego me resultó mejor seguir la trama como si yo estuviera en una tienda de barrio y un señor se me acerca a la mesa y me echa un cuento, largo eso sí, hasta que nos emborrachamos y se nos va el tiempo, y todo muy sabroso, no fue un día memorable, pero se pasó bueno. Nos reímos de las miserias de este pobre país, una vez más.

En Los días azules, Vallejo dice algo que me parece elocuente: “Ahora entiendo bien, con el correr de los años, al recordar a la abuela y sus radionovelas, que el hombre ha perdido la capacidad de imaginar, como ha perdido la capacidad de sumar: necesita ver, tanto como de una calculadora. Mi abuela tenía razón: la televisión es un retroceso, una solemne idiotez”. Yo siento que Vallejo perdió la capacidad de imaginar y uno lo lee como si fuera un programa de televisión, pero la culpa no es de él, es de este país que se anda robando lo bueno que nos quedaba y nos pone a repetir las mismas pendejadas.

Diego Aristizábal

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