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Por Lina Botero
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Con la reciente aprobación del presupuesto para el 2022 en el Concejo Municipal, la cultura tendrá una de sus más dramáticas reducciones. Con una cifra cercana a los $ 80 mil millones de pesos como presupuesto inicial, la Secretaría de Cultura Ciudadana y la Alcaldía de Medellín ponen en riesgo un sector que en las últimas décadas ha aportado considerablemente al desarrollo local, teniendo en cuenta que de haber mantenido el comportamiento histórico de dicho presupuesto la cifra debería estar rondando los $ 150 mil millones de pesos, un ideal bastante alejado de las cifras actuales.
Pero el escenario es igual de desalentador en el orden de lo departamental y nacional. El presupuesto del Ministerio de Cultura para todo el país no supera el 0,3 % del presupuesto general de la Nación y para el departamento de Antioquia la cifra es bastante similar, si se tiene en cuenta que la recomendación de la Unesco para los presupuestos públicos para la cultura no debe estar nunca por debajo del 2 %, porcentaje que no se cumple ni en Medellín, ni en Antioquia y mucho menos en Colombia.
Todos sabemos que en lo público la destinación presupuestal da cuenta de la importancia que tienen los diferentes temas en las agendas de los territorios. Desfinanciar y debilitar el proyecto cultural de Medellín ante los ojos impávidos de todos nos debe llevar a preguntarnos como sociedad por qué no nos importa la cultura. Pero esta no es una pregunta menor, debemos profundizar en la respuesta, al sector cultural le ha faltado quizá un escenario de reflexión alrededor de sí mismo, porque si queremos defenderlo es necesario entenderlo, conocerlo y comprenderlo como un actor clave para el desarrollo humano.
Solo desde la cultura es posible cuestionar la cultura y, por eso, el momento actual requiere de un sector cultural cohesionado, informado y consciente de su responsabilidad histórica. Los intereses individuales no pueden estar por encima de los intereses colectivos, esta ciudad ha sido un claro ejemplo del papel que han ejercido las artes y la educación, dos de las más poderosas dimensiones de la cultura, en su transformación hacia una ciudad menos violenta, menos injusta, más abierta y sensible.
Pero si todo es cultura, nada lo es. Tenemos un reto inmenso por delante de empezar a definir nuestra propia comprensión de lo cultural en el tiempo y en el espacio en el que nos encontramos ahora, para que, así, otros también puedan aliarse a esta causa por lo sensible, por lo simbólico, por lo humano. La complejidad del concepto de cultura y su naturaleza dinámica y cambiante dificultan que como colectivo lleguemos a acuerdos fundamentales sobre lo realmente importante. Es necesario revisar los modelos, llámense neoliberales, modernos o inclusive posmodernos, que nos han traído aquí y que nos han hecho pensar en las artes y la cultura como actividades inútiles, anodinas o decorativas, cuando en realidad la cultura es el gran hecho social.
Afortunadamente, sí hay a quienes realmente nos importa la cultura, las artes, la educación y, en general, todo aquello que alimenta el espíritu humano, que nos acerca a nuestra condición de seres sensibles que piensan y sienten, que se inspiran con la música, que se conmueven con un buen libro o una película, a quienes la danza les remueve el alma y a quienes no concebimos un mundo alejado de los placeres intangibles que provocan nuestra humanidad
* Directora de
la Promotora Cultural.