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Columnistas | PUBLICADO EL 04 mayo 2021

Por juan camilo quintero

juanquinterocti@gmail.com

Por juan camilo quinterojuanquinterocti@gmail.com

Hace algunos años tuve la fortuna de aprender, de la mano de un gran maestro, el profesor Gabriel Awad de la Universidad Nacional, sobre dinámica de sistemas. De ese estudio, algo me quedó claro, siempre se debe buscar incidir en la variable que tenga más fuerza e impacto para movilizar el sistema. La reforma tributaria, que mientras escribo acaba de retirar el presidente Duque, es un buen ejemplo de lo que no se debe hacer a la luz de esta teoría. Esto es, un problema embebido en un gran sistema lo resolvemos siempre igual: subiendo ciertos impuestos.

Y lo cierto es que en un país en que se viene cocinando, de tiempo atrás, una indignación que raya con la impaciencia, esta ya no parece una fórmula válida. En efecto, el sentimiento colectivo es que estamos llegando a un límite que nos deja al borde de ese abismo que antecede, ese problema mayor, que siempre es la violencia. Y es que hay un discurso paralelo que agudiza nuestra indignación. De un lado se habla de la necesidad apremiante de subir impuestos, mientras por otro, de manera contundente, los entes de control alarman sobre los casi 50 billones anuales que se pierden en corrupción. Y lo peor, la cifra se vuelve anecdótica cuando los ciudadanos no vemos de manera recurrente cómo se ataca este mal que nos carcome. Mientras tanto la fórmula parece no variar: más impuestos igual más corrupción.

La urgencia y drama social que vive el país, con pérdidas importante en avances contra la pobreza, según el Dane superior al 42 %, nos debe concientizar sobre la importancia de resolver el problema de raíz y poder brindar ayudas a las clases más desfavorecidas. La semana anterior, mientras en Colombia nos anunciaban, sin ningún tipo de sonrojo, más IVA y más impuestos, en Estados Unidos, el centro del capitalismo, Joe Biden anunciaba ayudas directas en efectivo para los más pobres subvencionadas con aquellas fortunas que crecieron lo inimaginable durante la pandemia, y financien los US$4 billones necesarios para estos incentivos.

El presidente Duque y Carrasquilla proponen la reforma con una gran responsabilidad fiscal para el país, lamentablemente por encima de los sentimientos ciudadanos y sin concertación desde un principio con el Congreso y los gremios, llevando al país a un escenario que tal vez se pudo evitar y que no alcanzaron a sopesar.

Pueda ser que haber retirado la reforma permita un ejercicio equilibrado que busque fórmulas novedosas en materia de austeridad, contundencia contra los corruptos y esfuerzos adicionales de los más ricos en Colombia. Esperemos que esta nueva reforma no se convierta en un banquete de mermelada y de todo tipo de prebendas para los partidos políticos. El mensaje de hastío y cansancio que han lanzado en las últimas semanas miles de compatriotas es urgente y no parece aceptar esperas. Los colombianos queremos ver en la cárcel y sin beneficios a quienes nos roban el presupuesto. De igual forma, esta es la oportunidad para que los verdaderos ricos sean generosos y aporten más para calmar tantas necesidades. Sin duda, este será un esfuerzo que nos permitirá recuperar la estabilidad social y económica, pero más que nada será un acto de grandeza que la historia y esta Colombia herida les agradecerá

Juan Camilo Quintero

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