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Necesitamos historias que muestren lo mejor que podemos ser, que nos sirvan para transmitir los valores que anhelamos.
* Director de Comfama.
Querido Gabriel,
“¿Conocen la historia de Rodrigo de Bastidas y la fundación de Santa Marta?”, preguntó, sonriendo, Carlos Vives. “¡No!”, dijimos a coro. Fue así como este maestro en todo el sentido de la palabra nos compartió su invitación al rey de España para venir a los 500 años de la fundación de esa ciudad. Nos contó la historia de cómo Bastidas, notario de Triana en Sevilla, y el poderoso cacique de Bonda, de la etnia Matuna, hoy conocida como Tayrona, tejieron una amistad y una alianza que podrían servirnos como inspiración para lo que tantos anhelamos: la construcción de un relato nacional que nos enorgullezca e inspire.
“En la historia ya conocida, y siempre controversial, del llamado descubrimiento de América, es la parte que corresponde a Santa Marta, posiblemente, la más hermosa y humana, muy a pesar de su fatal desenlace”, escribió Vives para Cromos hace unos años (https://www.comfama.com/el-espanol-que-amo-a-los-tayronas/), sobre este pacto de convivencia, respeto, cooperación e intercambio comercial pacífico entre españoles e indígenas. Una historia que nos muestra que es posible vivir juntos, aunque provengamos de mundos diferentes. ¿No crees que deberíamos enseñarlo desde la primaria? ¿Será que podemos aprovecharlo para nuestro relato nacional?
Necesitamos historias que muestren lo mejor que podemos ser, que nos sirvan para transmitir los valores que anhelamos. Las grandes naciones se han forjado mediante un cuento de origen y una manera particular de transmitir su recorrido por los siglos. Urge tejer una red de relatos que contenga nuestras múltiples herencias culturales, étnicas y regionales pero que, igualmente, haga emerger una sólida identidad colombiana. “Un mundo donde quepan muchos mundos”, dice Arturo Escobar.
Más allá de las narraciones de violencia que subyacen en el origen de casi todos los pueblos y que en Colombia abundan, relatos como el de don Rodrigo y el cacique de Borda debe haber cientos en nuestro pasado. Hemos sido especialistas en contar batallas, masacres, traiciones políticas, crueles colonizaciones y divisiones partidistas. ¿Qué tal hacer una búsqueda deliberada para encontrar historias de cooperación entre comunidades como esta que cuenta Carlos, cuentos de cuidado de los ecosistemas en los pueblos amazónicos, gestas empresariales admirables, biografías de líderes cívicos y políticos honestos? Lo bueno y lo bello no son noticia, pero quizás sean más nuestros que lo oscuro y lo terrible.
Ojalá en el colegio nos enseñen la historia con todos sus matices, con ejemplos de convivencia, creación artística y amor por la naturaleza. ¿Qué tal si, antes de terminar primaria, hiciéramos una obra de teatro o un ensayo inspirados en Bastidas y el cacique Tayrona? Quizás de esta manera podríamos construir, lenta pero seguramente, la más hermosa identidad y con cada generación se fortalecerían los valores positivos que queremos imprimir a la Nación. Tendremos así el relato de un país que, poco a poco, sana sus heridas y se siente feliz con lo que es y lo que hace; donde ser colombianos sea, en sí mismo, un gran orgullo.
“¿Sabes cómo dijo ahora Carlos Vives que quiere ser recordado?”, me contó un amigo que compartía con nosotros aquella noche. “Como un colombiano. No habló de fama ni de gloria, solo dijo eso: ¡un colombiano! ¿No te parece hermoso?”. Provoquemos con esto nuestra tertulia y contemos historias que promuevan que ser (buenos) colombianos se convierta, como enseña este gran artista, en nuestro más elevado honor.