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El titiribiseño Jaime Ossaba, de 94 años, y el rancho de su vida ardiendo, es el último samurái del ajedrez envigadeño. Al paso que va, nos enterrará a sus rivales. Sus derrotas mejoran currículos.
Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com
Vive a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, sobre y tras el ajedrez. Decir que el ajedrez es su vida, es incurrir en pecaminoso lugar común. En el ajedrez reside la fuente de su eterna juventud. (Amigos íntimos de la inmortalidad, a mover las piezas blancas y negras).
El titiribiseño Jaime Ossaba, de 94 años, y el rancho de su vida ardiendo, es el último samurái del ajedrez envigadeño. Al paso que va, nos enterrará a sus rivales. Sus derrotas mejoran currículos.
Hace poco me volvió hilachas. Salí zorombático de la panadería envigadeña “Pan Dorado” donde imparte docencia ajedrecística. En imposible defensa, diría que me derrotó porque me distraje oliendo la variedad de panes que allí se doran.
Con cualquier triunfo, Ossaba se relame de felicidad como el gato que ha convertido el ratón en bisté. Me tocó asilarme en este consolador pensamiento de Savater: “La derrota tiene un grato aroma de sinceridad”. O en este otro de Confucio: “Si sacamos provecho de nuestras derrotas... probablemente no hemos perdido”.
Su biógrafo más certero, Jairo Morales Henao, filósofo y letrado de la UPB, tallerista perpetuo de la Biblioteca Piloto, marido de “Aquella” (= Vivian), dice que para Ossaba el mundo es el aquí y el ahora de la pieza que está moviendo con su elegancia habitual.
Don Jaime, apóstol de los 64 escaques, también amasa jaques y mates en cafés como El Imperial y El Selecto, donde se da el nada “punible ayuntamiento” entre ajedrez y billar. Despacha desde las tres o cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche cuando cae en brazos de Caissa, diosa del ajedrez, la única amante que se regaló.
Hace tiempos enterró a personajes del ajedrez como el trombonista José Calle, Noé Zuleta, el del Arca, y Efraín Correa. Narrador nato, nos contó que la imagen del maestro Calle se reflejó en el trombón que dejó empeñado en su negocio, y que nunca reclamó porque la vida le dio mate. El hijo de Ossaba que por azar tocaba el trombón del difunto, salió disparado cuando se le apareció Calle en el instrumento. ¿Quién juega bien después de esa y otras historias que nos contó?
Se sale pronto del libro para huir de los caminos trillados. Conoce las emboscadas de las aperturas que ejecuta sin piedad para llegar ligero de equipaje al medio juego. Es un hacha en complicaciones. Si el rival sobrevivió, lo despachará en los finales por más abstractos que sean.
Miente como un agiotista quien diga que no ha aprendido de Ossaba. Se parece a los papás en que tiene un método infalible para saber si va ganando la partida: mira el rostro de su rival, no el tablero. Hace tiempos, el ajedrez envigadeño se apellida Ossaba.