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Moya le envió copias a Gabo y guardó los negativos 30 años. Publicó la foto y una crónica en La Jornada cuando el Nobel cumplió 80 junios.
Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com
Su red de afectos informó escuetamente: “Rodrigo falleció dormido en la mañana (miércoles 30 de julio). Ya no sufre y nos tranquiliza que se nos fue durmiendo”. Su amigo y colega Guillermo Angulo dio la noticia en 19 voquibles: Rodrigo Moya, hijo de la paisa Alicia Moreno, nació en Medellín en 1934, y acaba de morir en Cuernavaca.
En su tarjeta de visita, Moya se definía como exfotógrafo, experiodista, exeditor, eximpresor, exbuzo, poeta, cuentista, comunista y bohemio.
El diario La Jornada, de México, muy cercano a Moya, recordó que “el fotógrafo fue uno de los artistas de la cámara más importantes del siglo XX. Tenía 91 años...”.
Su hijo Pablo, citado por la misma publicación, “confirmó que el fotógrafo fue cremado este jueves por la mañana, tal como fue su voluntad. Aunque no se realizó un velorio, la familia prepara un encuentro íntimo para despedirlo”.
En los años treinta, Luis Moya, pintor mexicano, pasó por aquí (Medellín). Cate que sí lo vio Alicia Moreno, de Fredonia, quien se enamoró perdidamente... de su obra. La Chaparra era paisana del escultor Arenas Betancourt uno de los que frecuentaría su casa en México. En festivos como el del 7 de Agosto, hacían nube en casa de los Moya colombianos que querían desatrasarse de bambucos y de la “segunda trinidad bendita: frisoles, mazamorra, arepa”. La nostalgia entra por los oídos y el estómago.
Alicia quería comprar una obra de Moya. Al final se quedó con el artista. Entre los dos se las ingeniaron para amasar en Medellin a sus hijos Rodrigo y Colombia. Nora, quien completó la culecada de moyitas, nació en México.
Otros visitantes frecuentes de la embajada alterna de Colombia eran Pedro Nel Gómez, Gómez Jaramillo, Botero, Rayo y García Márquez. Al principio, “el Gabo me cayó gordo”. Luego se hicieron cuates.
El novelista lo visitó en su estudio para que le hiciera dos retratos fundamentales: la foto para la carátula de “Cien años de soledad” que desecharon los editores. La segunda visita, en compañía del maestro Angulo, fue para que le tomara la foto del ojo colombino que le dejó el nocaut que le conectó Mario Vargas Llosa.
Moya le envió copias a Gabo y guardó los negativos 30 años. Publicó la foto y una crónica en La Jornada cuando el Nobel cumplió 80 junios. “Me costó un huevo arrancarle una sonrisa de una fracción de segundo para la foto”, me comentó Moya cuando lo entrevisté con motivo de su visita a Medellín, ciudad a la que volvió 77 años después de su nacimiento. Lo invitó la Fundación Gabo.
“Sé con certeza que mis fotografías van a seguir trotando, y qué bueno que un día se paseen por Colombia y se diga que quien las hizo era mitad paisa, y mitad mexicano”, me comentó también. Feliz eternidad, maestro Moya.