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El arte de la guerra evoluciona al ritmo de la ciencia, la tecnología y la política, de tal manera que en la historia de las guerras se encuentra la historia de la humanidad.
Es la lucha que, hasta ahora, se ha librado por recursos para la supervivencia, por áreas geográficas donde abundan riquezas naturales, por ideologías religiosas o políticas, por información que permita la preminencia sobre el oponente, y en fin, por todo aquello que pueda modificar a favor las relaciones de poder. Ha sido el esfuerzo bélico por hacer prevalecer los intereses propios sobre los ajenos, siempre con los medios al servicio de los fines y con un trasfondo económico en beneficio del poder. Así ha sido hasta convertirse en parte de la cultura humana, en la que el egoísmo y la sed de poder son más poderosos que la moral y la ética.
Pero pareciera que esta condición histórica tiende a cambiar, como algo lógico en la evolución de todo lo creado, ¡y cambiará! Durante décadas voces autorizadas han repetido premonitoriamente que la especie humana camina hacia la autodestrucción y que debemos tomar medidas correctivas inmediatas. Muchos expertos nos piden oír a la naturaleza que a gritos se queja resentida. Obviamente, por razón de su rol, las Fuerzas Militares no pueden ser indiferentes a estos lamentos.
El miedo que suscita la actual pandemia debe llevarnos a la reflexión y a buscar sus orígenes. Ello nos debe llevar a cambiar de enemigo y a entender que la muerte del otro por pensar diferente es un absurdo y que la evolución en la concepción de la guerra deba tomar otro rumbo.
Pero el cambio debe ser estructurado. En lo nacional, ya debemos estar pensando en la ley sobre seguridad y defensa que tanta falta hace, ahora discutida y promulgada dentro de una nueva visión conceptual. Es cuestión de definir y sistematizar una nueva visión sobre nuestros intereses nacionales, vulnerabilidades, amenazas, objetivos y estrategias, más conscientes de la seguridad humana, ajustando conceptos como los de guerras internas, preventivas e híbridas.
Las Fuerzas Militares de Colombia durante más de cincuenta años de conflicto han adquirido una inmensa experiencia, profesionalismo, virtudes, flexibilidad y capacidad adaptativa. Su capacidad supera la eficiencia en el campo de combate para atender nuevos retos, sin descuidar ninguna de sus obligaciones constitucionales. Uno de esos recursos, muy importante dentro de una nueva visión, es el Grupo Social y Empresarial de la Defensa, GSED, uno de los más sólidos del país, conformado por dieciocho empresas, constituidas hace cerca de medio siglo como sector descentralizado del Ministerio de Defensa, para apoyar su misión constitucional. Algunas de ellas, como la Industria Militar, el Hospital Militar y Cotecmar, se han movilizado en apoyo de la sociedad colombiana en estos momentos de la Covid-19, para minimizar los riesgos que afronta la vida de los nacionales. Trataré estos aspectos en próxima columna.
En una visión de guerras futuras se debe formular una nueva dimensión de seguridad. Serán confrontaciones más centradas en la protección que en la destrucción de la vida; sin odios, con alto poder coercitivo, con mayor sentido de humanidad y centradas en los factores que atentan contra el ecosistema. Serán nuevas guerras, más inteligentes.