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Columnistas | PUBLICADO EL 09 octubre 2022

No podemos deshacer el camino recorrido

Al salir de las dos clínicas donde fue tratado solo hicimos un pago simbólico. El sistema asumió, sabemos, miles de millones de pesos por la atención médica.

Cuando tenía solo cinco meses, llevamos a nuestro hijo a urgencias porque tenía indicaciones de una infección pulmonar. Al llegar, el diagnóstico fue una bronquiolitis, que nos obligaba a permanecer en una unidad de cuidados intensivos pediátricos. Allí estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte durante dos meses, pues su cuerpo no parecía tener la capacidad de combatir la infección. En el proceso, en medio de momentos críticos que tuvieron su vida al límite, sus médicos tratantes empezaron a sospechar que posiblemente había una condición de base, no diagnosticada, que le impedía a su sistema inmune combatir enemigos externos. Luego de una serie de exámenes, el diagnóstico se confirmó: tenía una rara inmunodeficiencia combinada severa. Si hacemos un símil con el funcionamiento de las democracias modernas, tenía un ejército para defenderse, pero ese ejército no tenía armas. Así, cualquier invasor iba a conquistar su pequeño y frágil cuerpo.

Con ese diagnóstico solo había una opción: hacer un trasplante de células madre. Este tratamiento sustituye su sistema de producción de sangre por el de un donante externo. Sin un trasplante exitoso, nuestro hijo no tenía ninguna posibilidad de supervivencia en el mediano plazo, en tanto cualquier infección acabaría con su vida. Para llegar al trasplante necesitábamos que ocurrieran dos cosas. Primero, que lograra superar la infección respiratoria. Y segundo, que se dieran las condiciones para el trasplante y hubiera un donante con alta compatibilidad con su ADN, de forma que se adaptara con naturalidad a su cuerpo.

Afortunadamente, ambas se dieron. La primera, por la destreza de los médicos que lo trataron, que usaron técnicas con sofisticados equipos de respiración para drenar sus pulmones y darle mejores posibilidades para neutralizar la infección. La segunda, porque a diferencia de otros países de la región, en Colombia se hacen trasplantes pediátricos de células madre en diferentes ciudades, y fue posible encontrar donantes accediendo a redes de bancos públicos de cordón. Al salir de las dos clínicas donde fue tratado solo hicimos un pago simbólico por los tratamientos que recibió. El sistema asumió, sabemos, miles de millones de pesos por su atención médica. Durante el proceso fuimos testigos, además, de muchos niños de todos los estratos y condiciones, algunos con atención del régimen subsidiado, otros con atención del régimen contributivo, otros con coberturas adicionales por pólizas, que superaron problemas similares. Muchos venían de zonas rurales de Colombia.

Hoy nuestro hijo tiene cinco años y lleva una vida normal. Posiblemente, si no hubiera nacido en Colombia o en un país desarrollado, no estaría con nosotros. Esto lo sabemos porque fuimos testigos de niños que llegaban de Venezuela, Ecuador, Perú y otros países a recibir en Colombia tratamientos similares al de nuestro hijo. En su mayoría, eran niños cuyos padres utilizaban sus propios recursos para cubrir los tratamientos, pues los sistemas de salud de sus países no solo no cubrían estos tratamientos, sino que no contaban con la tecnología para hacerlo localmente.

El sistema de salud en Colombia es robusto, en especial en ciudades capitales. Existen enormes retos de cobertura de calidad y oportunidad en atención en zonas rurales y en ciudades pequeñas. Y es allí donde se tiene que intervenir el sistema. A veces nos cuesta reconocer los logros alcanzados, y nuestro sistema de salud es uno de esos logros. No podemos deshacer el camino recorrido 

Isabel Gutiérrez Ramírez

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