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El riesgo de imposición sin debate, sin pesos y contrapesos, la estigmatización a medios, oposición, movimientos sociales, sindicatos y empresas, son situaciones alarmantes.
Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev
Empezó la era Milei tal como se esperaba: con polémicas y titulares. Para entender cómo llegó Argentina hasta aquí, es importante esbozar un poco de contexto. El país tiene una economía en cuidados intensivos, con altos índices de inflación, mediocre desempeño del PIB, una devaluación del peso sin precedentes y una pobreza desbordada. Todo esto pasado, además, por un contexto de corrupción enorme. Algunas de las medidas recientes anunciadas por el presidente argentino parecen intentar inyectar vida a un escenario fatídico, sin embargo, las consecuencias pueden ser contrarias a lo esperado, y terminar de matar al enfermo. Las implicaciones de lo que parece que será su gobierno, van mucho más allá de un debate entre economistas.
Tradicionalmente, reformas de tal envergadura requieren un proceso a través de las instituciones establecidas, como el Congreso y los tribunales constitucionales. Me preocupa que a algunas de las voces con las que aquí en Colombia me une la crítica a la forma ideologizada en que gobierna Petro, celebren al mismo tiempo que en Argentina un individuo, sin pasar por ninguna institución, emita decretos que impongan su visión del mundo. Y eso que aquí en Colombia, mal que bien, las reformas sociales, con sus pros y sus contras, se están discutiendo en el Congreso, ¿se imaginan que mañana Petro dijera que la reforma a la salud se impone por decreto?, ¿qué diríamos quienes tenemos críticas hacia la misma?. Estamos presenciando una tendencia mundial de líderes que toman decisiones sin consulta, imponiendo sus deseos sin considerar otras perspectivas. Las facciones polarizadas aplauden o critican sin permitir un debate equilibrado, y sin debate equilibrado no hay democracia posible. ¿Será a eso a lo que se refiere Milei cuando dice que “se viene el estallido”?
Las repercusiones institucionales del decreto de Milei no están del todo claras, aunque es predecible que surjan numerosas maniobras jurídicas para revertir los efectos del mismo, sumiendo a la Argentina en un eterno debate sobre su constitucionalidad. Seguramente el debate jurídico hará que Milei se radicalice más y empiece a difundir la idea de que los contrapesos a su gobierno son enemigos del cambio que el pueblo eligió en las urnas, y probablemente se verán restringidas libertades civiles como la protesta, mientras se da un proceso de estigmatización contra quienes opinen de manera crítica a sus políticas. El manual ya lo conocemos muy bien en Latinoamérica.
Pero otro gran riesgo de Milei es que ponga en duda derechos alcanzados gracias a la lucha histórica de diversos sectores sociales. Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, el derecho a la memoria histórica luego de lo ocurrido en la dictadura, son logros en los que sería imperdonable retroceder como humanidad.
El surgimiento de líderes que ponen en tela de juicio el Estado de Derecho es una amenaza para la democracia. El riesgo de imposición sin debate, sin pesos y contrapesos, la estigmatización a medios, oposición, movimientos sociales, sindicatos y empresas, son situaciones alarmantes.
La moderación no está de moda, mientras tanto me convenzo más de la necesidad de liderazgos que acepten que nadie se las sabe todas, tratando siempre de aprender de otras miradas.