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Total para qué

Estuve un rato perdida en el tiempo y el espacio, intentando descubrir quién era yo y por qué estaba aquí y hace cuánto tiempo.

hace 9 horas
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  • Total para qué

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Como todos los niños yo también solía llevar la cuenta del tiempo que faltaba para el próximo cumpleaños. Miraba qué día de la semana iba a caer, luego planeaba la celebración y los regalos que iba a pedir. Siempre me causó curiosidad que mis tíos o abuelos me llamaran a felicitarme y me hicieran, sin falta, la misma pregunta de siempre: ¿Cuántos años estás cumpliendo? No podía entender por qué no llevaban la cuenta de esa cifra tan importante que era mi edad. En fin, que me intrigaban muchas cosas, pero ninguna tanto como el hecho de que ellos mismos no supieran exactamente cuántos años tenían. A menudo se los preguntaba y los veía dudar. Era imperdonable que olvidaran mis años, pero lo era aún más que olvidaran los suyos.

Mañana cumplo años y, por primera vez en mi existencia, me ocurrió algo bastante extraño. No me acordaba, es decir, no tenía noción de que la fecha estaba cerca hasta que una amiga me preguntó cómo pensaba celebrar. ¿Celebrar qué?, pregunté genuinamente intrigada. «Pues el cumpleaños», respondió ella. De inmediato me puse a pensar cuánto años cumplía y juro que tampoco me acordaba. Estuve un rato perdida en el tiempo y el espacio, intentado descubrir quién era yo y por qué estaba aquí y hace cuánto tiempo.

La falla en la lógica infantil es creer que los años te otorgarán una noción más precisa de ti mismo, que te darán respuestas a las preguntas difíciles, además de valentía y seguridad para asumir las vicisitudes de la existencia. Siento decepcionarlos, niños, pero esta es la verdad: mientras más años sumas más perdido te encuentras. Recuerdo que cuando mataron al papá sentía una incertidumbre que solo se calmaba observando a la mamá: la veía sabia, fuerte, segura de sí misma, capaz de tomar las decisiones correctas y de guiarnos sola por ese laberinto en el que la ausencia paterna nos había extraviado. No podía imaginarme las dudas y los miedos que la embargaban. Y afortunadamente fue así porque ella era mi faro y verla flaquear me habría lastrado hasta el fondo.

Hace unos años estábamos celebrando mis cuarenta y yo hice un numerito tremendo porque se había acabado la Coca-cola. Cuando la mamá me oyó quejándome se puso de pie, se paró frente a mí y me dijo: «¿Usted por qué bobada se está quejando? Yo a los cuarenta ya tenía cinco hijos y había enviudado». Fin de la conversación. Por primera vez me vi a través de sus ojos como yo realmente era, como he sido, como seré. Me vi con la misma incertidumbre, las mismas dudas e inseguridades de siempre. De repente lo comprendí todo. No importas los años que sumes, nadie tiene nunca la vida resuelta. En ese sentido somos niños por siempre sólo que más grandes, más caprichosos y más vulnerables. La adultez no es más que una máscara que usamos para evitar que se nos note. Por eso, supongo, empezamos a olvidar los años que tenemos y hasta la fecha del cumpleaños. Total para qué.

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