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Columnistas | PUBLICADO EL 18 mayo 2020

Memoria poética de la cuarentena

Por David Escobar Arango *david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

Esta mañana he releído mis diarios y subrayados de estos meses. Soy de los que lo tienen todo, no me quejo, y eso compromete aún más. Pero tanta incertidumbre y las ideas que se me ocurren para cumplir con mi rol como lo requieren estos tiempos, hacen que cada día sea un desafío y una aventura. En esta época, lo digo con gratitud y asombro, lo que haya podido conquistar de calma, la capacidad para superar tantos dolores y, además, la energía para continuar la búsqueda, vienen, en buena parte, de la gracia misteriosa de la poesía.

La poesía es muy útil en las pandemias porque nos permite ver el mundo más allá de las voraces noticias. Tal vez la única manera de seguir viviendo en la dificultad sea mirando al infinito, reconociéndolo. “Lo eterno está siempre ocurriendo ante tus ojos”, escribió Rómulo Bustos.

El día en que me pregunto, por ejemplo, ¿por qué yo?, abro el Bhagavad Gita y me tropiezo con una arenga de Krishna para el joven guerrero que se resiste a luchar: “Debes cumplir con tu deber de manera automática, como si fuera tu respiración o el latido de tu corazón”.

Cuando un logro se me sube a la cabeza, alguien me envía, como una carta que llega del cielo, El Contemplador, de Rilke: “Triunfamos sobre lo pequeño / y el mismo éxito nos hace pequeños”. Su último verso contiene una sabiduría absoluta: “Los triunfos ya no le apetecen. / Su crecimiento estriba en ser vencido / en profundidad por algo cada vez mayor”.

¿Dónde está lo bueno de la humanidad?, escribo desanimado en algún papel. Agarro a Bustos de nuevo y aparece la esperanza: “Tal vez / llevemos alas a la espalda / Y no sabemos”. Con esta convicción, salgo a buscar ángeles, a entusiasmar a cada idealista que se atraviese en mi camino.

Un amanecer, mientras se difumina la más bella noche, en la que mi amada me devolvió la luz y me recordó que la imaginación y el deseo son la fuente de todo lo vivo, leo a María Mercedes Carranza: “Manos sabias: / dedos que me han oído / y en la oscuridad han visto”.

Otra mañana en la que preferiría no salir de la cama, un fragmento sobre el miedo en Calígula, de Camus, me lo explica: “... ese bello sentimiento, sin aleación, puro y desinteresado; uno de los pocos que saca su nobleza del vientre”. Un par de días después, leo a W. Ospina y me ayuda a abrazar ese fantasma, porque también el miedo se puede celebrar: “Hay miedo en las canciones, / hay belleza en el mundo, / misterio en la belleza”.

Salgo de una reunión abrumado. Los egos y las emociones contenidas no dejan pensar ni trabajar en lo verdaderamente importante. Esa noche, mientras limpio mis heridas, subrayo una copla de Antonio Machado: “La razón: jamás podremos / entendernos, corazón. / El corazón: lo veremos”.

Cuando me quejo del encierro, y aunque intuyo que toda fortaleza proviene del silencio, Tania Ganitsky me recuerda la inevitable tragedia y las bendiciones escondidas de la vida: “Se hizo el silencio / Alguien prefería el mundo. / Pero se hizo el silencio”.

Quizá el poema no tenga que servir para nada y algunos, incluso, mueran sin disfrutarlo, pero ¿qué tal si provocamos nuestra tertulia sobre la poesía y el futuro con este fragmento de William Ospina?: “...tal vez el mundo volverá a fundarse sobre las conmovedoras e inconmovibles verdades de la poesía y ya no sobre los frágiles atisbos de la razón ni sobre las pueriles seducciones del lucro”.

* Director de Comfama

David Escobar Arango

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