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Por María Bibiana Botero Carrera - @mariabbotero
En Colombia, los candidatos de centro y centro-derecha llevan meses repitiendo la misma frase, “estamos dispuestos a unirnos”. Suena bien en entrevistas y en redes, pero hasta ahora no ha pasado de ser un anuncio vacío. Las encuestas lo confirman: abundan las candidaturas, pero escasea la tracción.
La realidad es tan sencilla como incómoda: para presidente solo hay un puesto. Y hoy tenemos un exceso de aspirantes. Muy buenos, sí. Con ideas valiosas, también. Pero con proyectos que, por separado, no despegan. El problema es evidente: todos dicen que quieren unirse, pero nadie quiere dar el paso de renunciar.
Ahí empiezan las evasivas y los matices del “buenismo”. Domina el ego, el cálculo y las rencillas personales. Y mientras tanto, el reloj político avanza inexorable.
En cambio la izquierda, que defiende la continuidad de este Gobierno, entendió algo esencial: dividida pierde. Por eso esta misma semana el presidente Petro reunió en la Casa de Nariño a la bancada del Pacto Histórico y a sus aliados para alinear la agenda y preparar el 2026. Allí hizo dos jugadas estratégicas: insistió en una lista única al Senado — entendiendo que la dispersión les cuesta curules— y pidió no vetar a ningún aspirante, incluyendo a Daniel Quintero. Esa disciplina les permite cerrar filas, pensando no solo en la Presidencia, sino en todo el poder político. Quieren llegar fuertes a octubre a la consulta interna, fuertes a marzo en el Congreso y fuertes en las presidenciales, con un frente amplio que les garantice continuidad. ¿Qué excusa tienen los demás?
Cada candidatura que se aferra por orgullo personal es un voto menos para el cambio. Es, en la práctica, regalarle ventaja al adversario.
La unidad no significa uniformidad. La riqueza de Colombia está en la diversidad. No se trata de borrar diferencias, sino de construir sobre lo fundamental. En un frente común deben caber distintas visiones de país, orígenes diversos y formas complementarias de entender el mundo. Lejos de ser un obstáculo, esa pluralidad es una fortaleza.
Por eso la unidad no puede ser vista como capricho ni como discurso vacío. Estamos frente a una necesidad histórica. La división solo garantiza una cosa: que sigan los mismos.
¿Queremos conformarnos con elegir al “menos peor”? ¿Al que nos toque? ¿O atrevernos a exigir lo mejor, juntos? Un país con más candidatos que propuestas está condenado al continuismo. Unirse no es un eslogan: es una decisión. Y el que no esté dispuesto a hacerlo debería admitir con franqueza que lo suyo no es Colombia, sino su propia candidatura. La unión es grandeza. La división, derrota garantizada.
La historia de Colombia demuestra que cuando nos hemos unido hemos salido adelante. Hoy tenemos de nuevo esa posibilidad. Si se logra construir un proyecto compartido con unidad en la diversidad, se podrá ofrecer no solo una candidatura viable sino, sobretodo, una visión incluyente de país.
El desafío está sobre la mesa: dejar de pensar en pequeños cálculos personales y actuar con la mirada puesta en Colombia.
Merecemos más que resignación y continuismo. Merecemos esperanza.