Pico y Placa Medellín
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Mi muerto de turno me muerde la cara en el café. Se aparece en todas las líneas de todos los libros que intento leer. Sueño con él. Se asoma a mi ventana. Creo oír su nombre cada vez que alguien habla. Suena el teléfono y miro la pantalla con miedo de que sea él. Mi muerto está en todas las cosas que alguna vez le pertenecieron: el buzo que nunca le devolví, el cepillo de pelo que eché por equivocación en mi mochila, la última vez que paseamos juntos, el piecito que robé de su balcón a ver si me prendía. Y me prendió y ahora mi muerto florece de vez en cuando. Está en las canciones que suenan y que sé que le gustaban. En el rojo, que era su color favorito. En la Nutella que se comía a cucharadas directamente del frasco. Está en los libros que le prestaba porque sus dedos alguna vez tocaron cada una de sus páginas. En el dije en forma de orquídea que me regaló cuando publiqué la novela. Está en el miedo a que se me aparezca por las noches, en las preguntas cuya respuesta es un largo silencio que su voz ya no puede romper. Mi muerto es silencio, aunque en vida fue puro estruendo. Está en todos los lugares a los que alguna vez fuimos juntos y también en aquellos a los que no alcanzamos a ir. Está en los escarabajos que siempre aparecían al pie de su puerta y que yo le dije alguna vez que eran amuletos. Mi muerto anhelaba ser joven y bello y eterno y lo consiguió. Ahora está sembrado al pie de un magnolio. Cada quien hace las cosas a su manera.
Mi muerto es ausencia y la ausencia es todo y es nada. En estos días de duelo, Juan Mosquera Restrepo me recordó uno de sus poemas: «Nada ocupa más espacio que la ausencia. /Está en todas partes quien se ha ido. /En las conversaciones que no escucha /y en las calles que ya no le ven. /Está ahí, tan fuerte la ausencia /Como un silencio en alto volumen. /Dices “aquí estaría...” /Y aquí está. /La ausencia. /Tan rotunda».
Hace unos años tuve una alucinación con el fantasma de mi padre. Sentía su presencia, percibía su cercanía, pero lo buscaba y lo buscaba y no conseguía verlo, entonces le pregunté que donde estaba y lo que me respondió jamás he podido sacármelo de la cabeza. Dijo: «Estoy en todas partes».
Ahora lo saben ustedes también: mis muertos que ya suman tantos, los muertos de ustedes, los muertos de todos están en todas partes: en los animales, en las flores, en los árboles, en los cielos estrellados. Están en el aire, en las partículas de arena y las gotas de agua, en los atardeceres, en el viento, en el mar. Están en las fotos, en los recuerdos, en los pensamientos de quienes los conocieron. Están dentro de ti, están dentro de mí, están dentro de cada uno de nosotros. Creo que mi padre tenía razón: los muertos están en todas partes para quien sabe verlos.
