viernes
0 y 6
0 y 6
Hay que poner en cuarentena casi todo. Menos la existencia de Dios, un axioma del que solo reniegan quienes no levantan jamás la vista del piso y olvidan mirar a las estrellas, casi lo demás es relativo. Llevo varios días dándole vueltas a una interesante entrevista al divulgador científico David Quammen publicada en el diario “El País” en la que algo no terminaba de encajarme y no por insana competencia. El autor de “Contagio”, libro de cabecera en estos tiempos, ofrece a mis colegas un titular impactante, de esos que no podemos dejar escapar los periodistas. “Somos más abundantes que cualquier otro gran animal. En algún momento habrá una corrección”. Quammen, que pasó años recorriendo el mundo en busca de virus zoonóticos y vive ahora cual eremita en una pequeña localidad de Montana junto a su familia, deja otras interesantes reflexiones como la sorpresa que le provoca la falta de previsión de los gobiernos ante una pandemia que estaba, a su entender, cantada. También remarca la similitud entre hombres y murciélagos, “sobrerrepresentados” como mamíferos, con una larga vida –los murciélagos pueden vivir hasta 20 años- y con la coincidencia de que ambas especies “anidan” en grandes colonias. Al fin y al cabo, no hay muchas diferencias entre las grandes cuevas subtropicales infectadas de murciélagos y nuestras gigantescas urbes.
Pero aunque Quammen es certero en la mayoría de sus apreciaciones, como que los murciélagos son necesarios y no el problema, y que somos los hombres los que debemos modificar nuestra relación con la naturaleza, un cabo suelto seguía rondando mi cabeza. Al fin caí en la cuenta de que, si bien Quammen tiene mucho cuidado en utilizar el adjetivo “grande” cuando se refiere a que somos más abundantes que cualquier otro “gran” animal, finalmente utiliza a los insectos para justificar su afirmación y no a otro “gran animal”. Me permito citar su explicación tal cual: “Los humanos somos más abundantes que cualquier otro gran animal en la historia de la Tierra. Y esto representa una forma de desequilibrio ecológico que no puede continuar para siempre. En algún momento habrá una corrección natural. Les ocurre a muchas especies: cuando son demasiado abundantes para los ecosistemas, les ocurre algo. Pandemias virales interrumpen, por ejemplo, explosiones de población de insectos que parasitan árboles. Ahí hay una analogía con los humanos”. Esa era la trampa. Veamos por qué.
Es complejo determinar qué especie es la más exitosa, pero entre ellas se encuentra la cucaracha. Hay casi 4.000 tipos de ellas, son uno de los insectos más primitivos, anteriores a los dinosaurios, y solo en China hay más 7.000 millones, algunas para consumo. Es decir, solo en un país hay las mismas cucarachas que humanos en toda la Tierra. Son omnívoras, cualidad primordial para reinar, limpias, discretas y no actúan de vector de transmisión de ninguna gran enfermedad. Cierto que la más longeva, la americana, no vive más allá de 15 meses, pero llevan más de 200 millones de años en el planeta. Según la teoría de Quammen, las cucarachas estarían al borde de la desaparición por su elevado número pese a que puedan resistir un ataque nuclear y una presión de 18G, que nos haría reventar por dentro a cualquiera de nosotros. Igual que las ratas, que nos duplican en número y consumen solo ellas una quinta parte de los alimentos del mundo. Sin embargo, la sobrepoblación de humanos, cucarachas y ratas depende de la capacidad de adaptación y no de las falaces teorías “neomaltusianas”.
“El hombre que nace en un mundo ya ocupado no tiene derecho alguno a reclamar una parte cualquiera de alimentación y está de más en el mundo. En el gran banquete de la naturaleza no hay cubierto para él. La naturaleza le exige que se vaya, y no tardará en ejecutar ella misma tal orden”. Cuando Thomas Malthus escribió estas líneas había poco más de 1.000 millones de habitantes en el mundo. Ayer, en solo medio día, habían muerto 114.000 personas y habían nacido 280.000. Éramos 7.780 millones de personas. Así que, Quammen, Malthus y demás tristones: ¡Bum!, “in your face”. No sobramos ni uno .