viernes
3 y 2
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Anoche tuve un sueño, de esos que son tan claros, tan vívidos, que uno no sabe muy bien si al despertar la realidad es la que estás viviendo o la que acabas de abandonar en el sueño. No sé si les ha pasado, pero es un instante interesante donde se mezcla la necesidad de la claridad, para saber por dónde seguir viviendo; pero también está la dicha de la confusión, alguna pregunta que te sugiere: ¿y qué tal que lo soñado sea la realidad o la realidad sea lo soñado? Y entonces uno se despierta con cautela, con el deseo de que en ambos lugares: el sueño que es el sueño o la realidad que es la realidad, sean buenos con uno, que al menos no me quede dormido mientras manejo, pienso, que es el mayor miedo que me da cuando vivo o cuando sueño.
En fin, ¿y cuál era el sueño o la realidad que me tienen en esta columna tratando de entender? Pues resulta que estaba en mi casa y las paredes de libros se habían multiplicado. La casa era mucho más grande de lo que yo la había dejado antes de acostarme, o cuando la soñé, no lo sé. Yo caminaba por pasillos largos de tierra, un poco agobiado porque había una luz que invadía todo el espacio y hería a los libros. Las ventanas eran altas, muy altas y yo no sabía cómo cerrar las cortinas. Si esa luz seguía así, los libros se arruinarían. Ya entenderán mi angustia.
En ese momento me quise despertar, o me quise acostar, ni idea, pero todos sabemos que a veces, aquí o allá, uno no puede hacer lo que le da la gana. Entonces seguí viviendo lo que fuera. En la vida o en los sueños siempre ocurre lo que tiene que ocurrir. Y ocurrió. La luz intensa que devoraría mis libros desapareció. La sombra oscurísima de la lluvia estaba encima. Sentí el terror a la par que el trueno: la casa de mis sueños o de mis realidades no tenía techo. La lluvia empezaba a caer libremente sin preguntarse si donde caía era donde tenía que caer. Digamos que eso es lo bonito y lo terrible de la naturaleza, su inocencia, si es que le damos categorías humanas.
Ahora sí quería saber si estaba dormido o despierto, cuando hay una emergencia en un sueño ¿a quién se llama? Como sabía que todo lo atesorado acabaría pronto, decidí amparar un solo libro, sin mirar, porque si pensaba cuál salvar sería imposible decidir. Agarré uno liviano y corrí. Apenas llegué a un lugar donde no había lluvia miré el libro, el título salvado me conmovió: Luces en el bosque, de Hernando Téllez. El inicio no podía ser más esclarecedor: “Los hombres avanzamos por la vida, como por entre un oscuro bosque, en el cual, de pronto, brillan pequeñas y fugitivas luces”. Aún no sé si sigo dormido o despierto